Hoy hace una semana que he partido desde Estonia para participar en el Rally de Montecarlo. El coche va bien y no he tenido mayores problemas. Hay conductores que ayer han perdido la vida ni bien salir de Berlin a causa de los bombardeos de la zona. Parece que la situación no está tan controlada como creen los alemanes. Esta carrera es una completa locura, Renault me ha obligado a participar contra mi voluntad, retienen a mi hija y a mi mujer en Paris. Hitler además de querer inventar una raza humana nueva, ahora también está cogiendo todo lo que desea y se lo apropia. No sé nada de Tatiana hace días, espero que estén bien, el solo imaginarme las cosas que pueden llegar a hacerle me descompongo.
La visibilidad se dificulta al caer el atardecer en esta zona, sube el rocío y la niebla se espesa sobre la ruta. Se magnifica el perfume de las flores y de los pinos penetrándote por la nariz hasta marearte. Será peor cuando comience a bordear la costa, ya hice este recorrido con Tatiana hace dos veranos. La humedad seca y salada te endurecen los labios anunciando la llegada del mar. Tatiana, tus dulces ojos verdes y tu piel blanca no hacen más que aparecerse como un espejismo en la carretera mientras conduzco confundiendo mi mente. Lo único que deseo es que esto termine de una vez, poder vernos una vez más, rozar tu dulce piel con mis labios y acariciar tu brillante pelo oscuro. Deseo con toda mi alma que te devuelvan a mí, sana y salva, y que pronto esta guerra acabe y podamos ir juntos a la playa como solíamos hacerlo. Tumbarnos sobre uno de tus pañuelos de seda y enterrar los pies en la arena tibia del mediterráneo.
Me han dicho que mañana he de pasar por París a recoger a Heinrich Himmler. Quiere hacer parte del recorrido de la carrera conmigo, hasta Niza. No sé cómo voy a lograr aguantar a este monstruo sentado a mi lado tantas horas. Llevo meses intentando ayudar a los judíos a cruzar las fronteras escapando de este personaje, y el destino me lo escupe en la cara subiéndolo a coche. Debería matarlo, podría salvar miles de vidas si lo hiciera.
En la comunicación también me describían como tendría que entregarle el coche en el sur de Alemania. Me explicaban que él desea conducir la última etapa de la carrera y que se quedará el coche para su colección.
Me da igual que sea el jefe de la Gestapo, de la SS o el mejor amigo de Hitler, yo soy de Estonia. Estoy harto de esta guerra que tiñe de rojo el mundo. Amo a mi mujer y a mis coches más que a mi propia vida. Si le entregara mi coche perdería por completo mi dignidad y sabe Dios que no pienso hacerlo. A ver si estos nazis son capaces de rastrear todo el bosque negro de Alemania porque quedará enterrado bajo la sombra de los pinos.
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