M I  CA S I T A  E N  C A N A D A

Nací y viví  durante mi juventud, en un pueblo muy hermoso de la provincia de Guipúzcoa. Desde el mirador de nuestra casa, lleno de begonias, podía contemplar el monte Uzturre con su cruz en la cima, aquella cima que tantas veces alcanzaron mi familia. Debajo el río Oria lo atravesaba.

Todos los domingos, íbamos a visitar a nuestros abuelos que vivían cerca de nosotros. !Les hacía tanta ilusión!

Mientras mi abuela Carmen preparaba la comida, el abuelo Tomás me llevaba paseando a otro pueblo muy cercano al nuestro. Cruzábamos un sendero muy verde, por un lado adornado de manzanos y maizales, cuyas hojas llegaban  al camino. Al otro, un riachuelo serpenteaba a nuestra orilla.

Durante la travesía, el abuelo me deleitaba con historietas, la que más repetía era que cuando joven había visitado Canadá, allí, en el bosque lleno de abetos, había encontrado en medio de la nieve, una casita. Justo con el crepúsculo y bajo el resplandor de la luna, unos osos blancos se acercaban a su tenue luz.

También me contaba historias de la guerra civil española y de su estancia en Cuba por su servicio militar.

Cuando adolescente, me tocó hacer la mili en Cáceres y, mi abuela con su afán protector, me preparó para incorporarme, una caja con cepillos, bayetas y betunes, así podría pulir bien mis botas de militar y el capitán me tendría enchufado.

Cuál fue mi sorpresa, cuando nada más llegar, el  capitán ordenó ponernos en fila y alzando su voz nos preguntó: !Que levanten la mano quien haya traído bayetas y betunes para  limpiar las botas!tia_carmen1.jpg
!Qué lista había sido mi abuela pensé!

Así que levanté mi mano y entonces el capitán nos dijo: Pues los que hayáis levantado la mano a limpiar los retretes. Así que me pasé el primer mes limpiando los retretes de los reclutas. Mi abuela en su afán de protección me había jugado una mala pasada.

Cuando acabé la carrera, fui a Toronto (Canadá) para hacer un máster y completar mis estudios de inglés.

Me acordé del abuelo y, busque y busqué en las montañas la casita encantada con los osos blancos, pero la casita no estaba, tampoco los osos.

Me di cuenta que todo había sido fruto de su imaginación.

Desde Toronto le escribí esta carta:

Querido abuelo. Me desviví buscando tu casita, pero por más que la he buscado entre los montes helados y abetos, no la encontré. Tampoco los osos aparecieron.

Comprendí tu bello relato, metáfora e imaginación. Me ha hecho pensar mucho en la vida y en ti abuelo. La casita está dentro de nuestros corazones.

De todas maneras, hubieras disfrutado contemplando estas montañas nevadas, aunque la casita y los osos estuvieran ocultos.

Ha valido la pena tu historia. Te quiero mucho abuelo y siempre estarás en mi corazón.

NOËL

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 F I N

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