«Me encantan tus bambas» me dijo una noche el que sería mi marido y todavía lo es. Y así empezó todo. Yo , hija única, el hijo de una familia de ocho empezamos nuestra aventura común. 

Pero hasta entonces diré que sus padres se habían conocido en Estrasburgo. Inglesa ella, español el, habían acudido a unos cursos de idiomas. El la divisó en la cola del autobús todavía con el uniforma del colegio. Tenía el pelo rojo. Ya no se la quitó de sus sueños. La chica con una llama sobre su cabeza. No paró hasta conseguir entrar en el colegio y hablar con la superiora, que debió alucinar por el arrojo del Españolito de a pié. Volvió a España, escribió al padre Británico y se lanzó al país de la bruma a conocerle. Dos años después contrajeron  matrimonio. El , vestido de torero con traje corto. Ella divina y preciosa encandilada por el valiente joven abogado y pintor de profesión de quién sería su musa y modelo además de compañera. Con el tiempo le daría ocho hijos. Casada estoy  yo  con el numero tres.

Mientras tanto , en una academia de la ciudad condal se conocían mis padres. Mi madre, aplicada y estudiosa, impresionó a mi joven padre algo más díscolo y disipado pues era hijo de una joven viuda que al casarse de nuevo y tener mas hijos descuidó levemente su educación. Los dos jóvenes fueron a ver a mi abuelo materno , persona seria y de buenas maneras. Mi abuela materna tuvo que intervenir a su favor y así , un 23 de Septiembre de 1.955 se casaban. Dos años después nacía yo en un caliente mes de Agosto,  de esos que los grillos se hacen oír durante el día y las cigarras no paran de cantar. 

Mi mayor afición de pequeña era escuchar las historias familiares.De ahí supe que mi abuelo paterno murió en Sevilla de tifus, envenenado por una partida de ostras en malas condiciones, cuando mi padre tenía solo tres meses.Este hecho que parece remoto , condicionó nuestras vidas pues mi padre tuvo que sacar adelante su empresa desde muy joven y cargar con el estigma de ser huérfano, hecho duro y penoso que le marcó para siempre.

No por ello dejé de tener una infancia feliz. Rodeada de primos, tíos y abuelos, los veranos transcurrían en una casona de montaña en la que gracias al enorme corazón de mi abuela cabíamos todos. Las idas y venidas a la granja de al lado a por leche, la cocina económica , la confección de galletas y mermelada  de grosella hacía que la llegada del verano fuera una verdadera fiesta. 

Todo esto terminó con la muerte de mi abuela y mi boda con el hijo de la Señora británica y del pintor pues ellos pasaban los veranos en una isla. Allí me fui yo, con mi  marido a trabajar. ¡Sorpresa! nuestros dos hijos mayores también nacieron con una llama en la cabeza.

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