Amor en la posguerra

Amor en la posguerra

Lidia Roselló

04/04/2014

Andrés y Paquita

El final de la guerra civil española llegó. Era momento de abandonar el campo y bajar al pueblo, de valorar daños,  ver en qué situación se encontraban las casas. Como era de esperar todo estaba  destruido, un gran caos. La casa de la pequeña Paquita no era una excepción, sin embargo,  el mar  había conservado bajo su protección los cimientos sobre los que volver a edificar un hogar.

Los años transcurrieron y mi abuela se convirtió en una adolescente. El tiempo la había dejado huérfana. Su diversión se hallaba en los paseos acompañada de su madre.  Las risas se volvían a escuchar después de años de lágrimas y terror. Los niños volvían a invadir las calles con su pelota y las niñas diseñaban en el suelo el tablero de la rayuela.

Uno de esos días, Andrés  vio a una joven muy guapa, preciosa. Su corazón se agitó ante su presencia. Se enamoró locamente de ella desde la primera vez que la vio con su vestido negro y blanco, cogida del brazo de su madre, he escuchado esa historia miles de veces y siempre descubría un brillo especial en sus ojos. Mi abuelo juró que sería suya. Comenzó a indagar en el pueblo, a preguntar quién era y sólo encontraba palabras de elogio hacia ella y su familia.

No tardaron en llegarle a Paquita los rumores de que se estaban interesando por ella. Había dos hombres. Uno era Andrés que por entonces ya era practicante; el  otro,  un acaudalado de Águilas. El segundo se anticipó y pidió su mano, había quedado  rendido a sus pies… no podía pensar en otra que no fuera Paquita, sin embargo, las estrellas del firmamento habían decidido que Andrés y Paquita serían una única persona en dos cuerpos hasta mucho después de su muerte.

Así que mi abuela dejó de luchar contra el destino y se dejó querer, se dejó amar, se dejó agasajar por ese hombre fuerte y valiente que luchaba por labrarse un próspero futuro en la postguerra española. 

Mi abuela contaba con rubor cómo celebraron su boda, lo elegantes que estaban, la comida que había y cómo raudos dejaron a los allí presentes en la casa de su madre para irse al campo… para hacer realidad esa unión, esa pasión amor, fruto de esa noche nació su primer hijo.

Mi abuelo continuó estudiando hasta convertirse en un funcionario de la sanidad. Pero él siempre fue un apasionado de las matemáticas, lo recuerdo en su despacho con libros resolviendo problemas, siempre estudiando. Para mí, Andrés, mi abuelo, siempre ha sido un ejemplo de superación, un superviviente de la vida.  La garra del alzheimer lo condujo a un bucle de repeticiones y rutinas que le servían para agarrar la vida sin desesperación  y con una sonrisa. Todos  hemos aprendido de él,  ha sido un gran ejemplo de superación  y junto a mi abuela han formado una familia que a pesar del paso del tiempo siempre han permanecido y permanecerán  unidos.

FIN

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