Una chica vestida de rojo, que lleva una falda con vuelos y una torera ribeteada de negro, camina con cierta prisa. Mientras camina escucha música y piensa que va a ver al amor de su vida. También, mientras camina y escucha música y piensa, siente en su pecho ese nudo que la alegría, el miedo y la ilusión saben hacer cuando se enredan. Es mujer y puede con todo a la vez. La chica vestida de rojo es una chica guapa. Guapa al estilo de las guapas de antes; pero en moderno. Lleva el pelo corto, más de un hemisferio que del otro, con un flequillo ladeado y unas gafas de sol, también rojas, de estilo retro. Es morena y está orgullosa de serlo. No tiene nada en contra de las rubias; pero ella es morena. No es tan joven como para ser ingenua ni tan mayor como para no creer en el amor. El suyo la espera en algún lugar cerca de allí. Camina y escucha música con los auriculares enchufados a su teléfono móvil. Suena la canción God is lost de los Breaking Flanders. Mientras suena esa canción la aplicación maps de su móvil le dice al oído: a 50 metros, gira a la derecha. La chica vestida de rojo camina y escucha música y piensa en su amor y siente ese nudo y aún así gira a la derecha. Porque es mujer y puede hacerlo todo. 

Cuarenta y cinco minutos antes de que la chica de pelo corto con flequillo ladeado girara a la derecha, un chico alto, estilizado, que usa gafas de pasta y viste vaqueros desgastados, manda por whatsapp la localización de una sala de conciertos. Él es hombre y sabe llegar. El chico de las gafas de pasta y los vaqueros desgastados sale de casa un poco tarde porque le toma demasiado tiempo decidirse. Decidirse y despeinarse, porque despeinarse es importante para su look. Opta por su camiseta favorita, una negra en la que puede leerse ‘Breaking Flanders’. Iba, por fin, a ver a la única chica que le había interesado, el tipo de chica que entendería por qué la camiseta negra de ‘Breaking Flanders’ era su favorita. Aunque sale un poco tarde vive cerca y está seguro de llegar a tiempo. Incluso si hubiese salido de casa mucho antes habría caminado con la misma prisa, porque se dirigía hacia una cita con la chica de sus sueños y eso requiere celeridad. Además, no era una cita sino la primera cita. Así pues, camina rápido y escucha música y piensa. Piensa que odia esperar, que ojalá lleguen al mismo tiempo, que se encuentren en la puerta y no dentro, porque para alguien como él esperar es un no hacer nada muy desagradable. Camina y escucha música y piensa y se deja llevar por sus pensamientos. El chico alto de las gafas de pasta es un chico inteligente. Inteligente y creativo; de los que siempre tienen que estar haciendo algo. Mientras camina se fija en el nombre de las calles y aunque casi se pasa, en el momento preciso dobla la esquina. En el momento preciso. Porque es hombre y sabe llegar. 

La chica que viste de rojo y el chico de los vaqueros desgastados se topan de frente. Se quitan los cascos, se dan un beso en cada mejilla, apenas se miran y caminan juntos. El uno al lado del otro. Ella había imaginado ciento una conversaciones con él. Él había imaginado ciento una conversaciones con ella. Pero ahora que se tenían delante no sabían qué decirse. Ante el espejo era más sencillo. Resulta que cuando esto sucede, cuando un chico y una chica que se gustan mucho pero no se conocen tanto se encuentran, el silencio lo llena todo. Ella, ruborizada, comenta que qué casualidad. Él, aparentando seguridad, responde que estaba calculado. Ella, que probablemente se hubiese reído con cualquier otra broma, pues él era el amor de su vida y eso la hacía sonreír permanentemente, rayando, creía ella, con la estupidez, se ríe. Se ríe y al hacerlo él pierde el habla, porque la ve tan guapa, tanto, que se queda sin aliento. Caminan y ya no escuchan música ni piensan porque se tienen delante, al lado, porque están juntos y aunque ni escuchan música ni piensan, sienten la presencia del otro con tanta intensidad que ni el iPhone ni el iPod servirían como profilaxis. La aplicación maps ya no le dice a ella por dónde debe ir, porque no hace falta, porque le sigue a él. Caminan y guardan silencio y sonríen. Ambos sonríen sin saberlo. Ella le sigue o mejor dicho se deja llevar por los pasos de él; pero él ha olvidado a donde van, incluso si van a algún lugar; lo ha olvidado porque camina junto a ella y no hace falta más. 

A partir de aquella cita el chico y la chica estrechan su relación. Twitter, donde él luce su ingenio. Instagram, donde ella enseña su mirada. Facebook, la tramoya de sus vidas. Whatsapp durante el día, para tontear, para quedar, para decirse cosas que luego, cara a cara, no se atreven. Skype por la noche, cuando ya están en sus casas. Eres perfecta, le dice él. Y ella le devuelve un emoticono colorado. No exageres, le responde. Él posee un un humor agudo, punzante. El de ella es sarcástico, a veces insolente. Se ríen mucho el uno del otro. Tú calla, que a ti google te dice hasta cuantos pasos tienes que dar para llegar al baño. Pues anda que tú, que si te sacan de los ciento cuarenta caracteres no sabes hablar…

Así, un día ella tiene una idea. Hacía tres meses desde su primera cita, aquella en la que se encontraron al doblar una esquina, y quiso sorprenderle. Es mujer y le gusta sorprender. Quiso hacerle un regalo original, irresistible, fresco, gracioso. Un regalo como ellos, a su medida. El día llegó e hizo entrega de una caja envuelta en papel negro. El chico inteligente y creativo no lo esperaba. Pero es hombre y lo disimuló. Dentro había un tom tom de última generación. ¿Qué? Ella sabía que no iba a gustarle, sólo quería verle la cara, regocijarse un rato en su indignación. Él, el chico alto y estilizado, además de inteligente es un chico sincero que consiguió disimular su sorpresa pero no su indignación. ¿Un tom tom? Estás de coña, ¿no? Odia los GPS porque es hombre y sabe llegar, porque su mapa es su sentido de la orientación y no necesita nada más. Pero el regalo no era el tom tom. El regalo eran dos entradas para el concierto de los ’Breaking Flanders’ en Barcelona, y la dirección de la sala de conciertos grabada en el tom tom. Porque es mujer y piensa en todo. 

Él la recoge a ella. De Madrid a Barcelona hay por lo menos seis horas. El chico de las gafas de pasta suele anunciar sus viajes en BlablaCar, para compartir coche y que salga más barato; pero aquél era un viaje íntimo. Él la recoge a ella y ella estaba lista a la hora señalada. La chica de las gafas de sol rojas ha preparado un USB con música para el viaje. Una selección de la que está orgullosa. Él pensaba poner los CDs que siempre lleva en el coche; pero ella es mujer y ha ido más lejos. Ella trae una Kindle, para leer un rato. Él su tablet, para fardar de cómics. El viaje comienza y él enciende el tom tom. Pero es hombre y le duele; lo hace por ella. Ella se ríe y el tom tom comienza a hablar: vas a Barcelona, a la sala de conciertos On, en la calle Silvana número 13. ¿Quieres elegir alguna de las siguientes rutas? La más rápida. La más ecológica. La más barata. 

Ambos se miran, sonríen y responden a la vez: la más larga. Ella le besa, porque amar es la mejor manera de perderse; él tira el tom tom por la ventana, porque perderse es la mejor manera de amar, y así, una chica guapa, guapa como las guapas de antes, y un chico alto, estilizado, inteligente y creativo, se pierden para siempre. 

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