El reloj de cuco dio las tres de la mañana. Parpadeó varias veces, frente a la pantalla de ordenador, luchando contra el frenético deseo de dormir que le invadía. Después de varias horas contemplando códigos, le costaba mantener los ojos abiertos. Se había tomado cuatro gin tonics y fumado dos paquetes de cigarrillos en el transcurso de cinco horas escasas.  Tenía el presentimiento de que si seguía a ese ritmo, acabaría mal a corto, medio plazo. Necesitaba un café o no le daría tiempo a tener el proyecto listo para el día siguiente. Lo que daría por unas horitas de sueño tumbado plácidamente en su cama. Para despejar la mente, decidió echar un vistazo al correo electrónico. “¡Nada más que publicidad!”, pensó al revisar la bandeja de entrada. Comenzó a borrar mecánicamente mensajes cuando, de repente, uno le llamó la atención. Era un mensaje cuyo asunto decía: “deja vu”. Miró el remitente antes de enviarlo a la papelera de reciclaje y, de repente, el corazón le dio un vuelco. El remitente era él mismo. “¡Qué raro!“, pensó. Debía tratarse de un error.  Decidió abrir el correo en contra de cualquier tipo de precaución. El mensaje estaba vacío pero contenía un vídeo.“¿Que narices es esto?“ se preguntó mientras le daba a descargar. No entendía nada. En el vídeo aparecía la entrada de lo que parecía un parque e iba haciendo un recorrido por el mismo. El lugar le resultaba familiar… De pronto cayó en la cuenta. Eran los jardines del Campo del Moro, un lugar muy frecuentado a lo largo de su infancia. Ante sus ojos se mostraba el antiguo Museo de los Carruajes, situado en el interior del parque, junto al estanque. Recordaba haber estado allí, de pequeño, en una ocasión, con su abuela. Lo extraño era que el museo, cerrado hace muchos años, aparecía abierto igual que en el pasado. En el vídeo se apreciaban personas paseando. Algo le chocaba… cayó en la cuenta. La gente iba vestida y llevaba peinados que le recordaban precisamente a esa época. Principio de los 80. “¡No puede ser!. ¿Es una broma?”. De repente se escuchó en el vídeo la voz de su abuela: “ya verás que bonito el museo, me ha dicho Vicenta que estuvo el otro día y le gustó mucho”. Sintió una punzada de nostalgia seguida de desconcierto y pánico. ¿Se estaría volviendo loco?. ¿Qué estaba pasando?. Era como si aquel vídeo hubiera sido grabado durante aquella visita al museo con su abuela. Aquello no tenía sentido. Ni siquiera tenían cámara de vídeo en esa época. “¡Esto es de locos!” pensó, sin entender nada de lo que estaba pasando. Era como si lo que vieron sus ojos y lo que vivió aquel día hubiera sido grabado por alguien. ¿Pero quién y cómo?. Sintió como el corazón le latía a mil por hora y la cabeza le daba vueltas. El vídeo continuaba con la visita al museo y las imágenes de los carruajes. De repente lo vio y recordó algo que había olvidado. Bajo una de las ruedas de uno de los carruajes asomaba una pequeña cartulina de color naranja, similar a las que utilizaban, en ocasiones, en clase de plástica. Revivió la sensación de curiosidad que sintió en aquel momento, al tiempo que sus ojos contemplaban en el vídeo como sus pequeñas manos de niño recogían aquella especie de tarjeta y le daban la vuelta. Antes de verlo en la película, a su mente llegaron las palabras escritas en la misma. De repente lo recordaba todo como si hubiera sido ayer. Escrito a boli azúl, la cartulina decía: “Disfruta de cada momento que vivas hoy, mañana podrías estar muerto”. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al revivir aquel macabro recuerdo. Notó un sudor frío por todo el cuerpo. Sintió una arcada y antes de que le diera tiempo a correr al baño, comenzó a vomitar ahí mismo, en el suelo. Ahora recordaba perfectamente el contenido de la nota y el miedo que sintió aquel día al leerla, pero no había sido ese recuerdo lo que le había producido el pánico del que estaba preso en este preciso instante. Sino el contemplar que la letra con la que aquello había sido escrito, era su propia letra, la del adulto que era ahora.

Decidió averiguar qué estaba pasando. Los jardines del Campo del Moro quedaban a una media hora en coche de su casa y estaban cerrados a aquellas horas. Pero se puso los zapatos, cogió las llaves del coche y salió a la calle. Hacía buena temperatura, notó el olor del verano. Era principios de Agosto, en otros tiempos, su mes preferido del año. Se montó en el coche, le dolía la cabeza y estaba levemente mareado. Se alegró de que fuera lunes, eso hacía poco probable que hubiera controles de alcoholemia a esas horas. “Sólo faltaría que me hicieran soplar y me pusieran una multa o me quitaran el carnet” pensó. De repente todo aquello le pareció absurdo. “Qué le había pasado para acabar en una situación semejante? ¿qué hacía acudiendo a las tantas de la madrugada de un lunes a unos jardines cerrados por la noche al público?, donde lo más probable es que no encontrara nada, eso si es que conseguía saltar la valla…¿En qué momento de su vida se había equivocado para acabar de aquella manera?. No estaba seguro. Pero, lo peor de todo, era darse cuenta de que aquello era lo más interesante que pasaba en su vida en los últimos años”. Pensó con tristeza.

La A-6 estaba desierta a esas horas. “Podía ir siempre así” pensó. Se aproximó al tramo que estaba en obras, que para rematar, no tenía casi luz. “¡Maldita carretera, siempre en obras y encima las farolas están apagadas!. No me extraña que luego haya tantos accidentes” Maldijo en voz alta. En la radio comenzó a sonar “Wind of change” de Scorpions. Subió el volumen a tope. Le encantaba aquella canción. De pronto se sintió feliz, como hacía mucho tiempo que no se sentía. Bajó la ventanilla y sintió el viento en su rostro, al tiempo que comenzaba a cantar al ritmo de la canción, cuya letra decía en ingles: “…El futuro está en el aire. Puedo sentirlo en todas partes, soplando con el viento de cambio. Llévame a la magia del momento, en una noche de gloria. Donde los niños del mañana sueñan con el viento de cambio. Caminando calle abajo, recuerdos distantes. Están enterrados para siempre en el pasado…”. Por un instante, sintió dentro de él la presencia de aquel niño que un día fue. A veces se preguntaba qué había sido de él, en que momento le había abandonado. Se sentía más vivo que nunca. “Un cambio” gritó con regocijo. “Eso necesito!!”. Después, todo sucedió demasiado rápido y aquel breve instante de magia se esfumó de un plumazo. La visión de unos faros en la oscuridad, que se dirigían hacia él, seguidos de una mezcla de emociones y sensaciones corporales: sorpresa, desconcierto, miedo, tristeza… y una cadena de pensamientos a la velocidad de la luz tratando de entender, de reaccionar… Había oído hablar, muchas veces, acerca de los camicaces que conducían en dirección contraria por la carretera de la Coruña. Siempre pensó que se trataba de una leyenda urbana… De pronto más faros, luces, frenazos, sonidos de claxon… No era un camicace, eran varios. Al principio no entendió nada y después lo comprendió todo aterrorizado. Recordó las obras y su pésima señalización, la ausencia de luz… Era él quien, por error, se había metido en dirección contraria. Intentó hacer algo, pero no hubo tiempo. Sintió el fuerte impacto, mucho dolor, mucho miedo y, sobretodo, mucha tristeza… Luego, se hizo la oscuridad. 

Despertó sobresaltado y bañado en sudor. Le dolía todo el cuerpo. Vislumbró un rayo de luz colándose por una ventana. Estaba amaneciendo y era una de las ventanas de su casa. Se incorporó súbitamente y vio la pantalla del ordenador llena de códigos, los vasos de tubo vacíos y el cenicero lleno de colillas. Abrió con nerviosismo el correo electrónico, el e-mail había desaparecido. Quizá nunca había existido. Quizá todo había sido un sueño. No estaba seguro. Pero si tenía una certeza: La vida le había dado una segunda oportunidad. La oportunidad de vivir. Y, a partir de ahora, no pensaba desaprovecharla.

Elena Almodóvar Anton.

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