Siempre he tenido, sin mucho sentido de la realidad, una deriva espiritual, ética. Una sensación de estar ligado de manera generosa y moral al mundo que me rodea (Ya fuera un camino de hormigas, un amanecer o una masa de humanos, en decadencia, dando saltos en una supuesta fiesta). Como hoja de ruta, presente de forma consciente. Con unas reglas no escritas; de respeto y empatía por todo lo que tiene que convivir en este, “espacio-tiempo” común, ya que el azar y la fortuna, tuvieron a bien, colocar a mí alrededor y a mi alcance. A la sazón: me podría considerar un “eco-anarco-cristiano” con todo lo que tiene de contradictoria confusión metafísica; pero en las que acomodo, sin recelos espirituales, toda meditación y pensamiento profundo. Apoyando siempre los razonamientos, en la historia judeo-cristiana de la que, sin alternativa deseada, soy descendiente.

Siempre, desde el comienzo de la historia, la relación entre el ser humano y la naturaleza de la que es parte, estuvo guiada por el respeto; en un intento de mantener una amistad animosa con nuestro entorno, avanzando a cortos pasos por un mundo duro, agreste y lleno de pesadas piedras en el entendimiento.

Poco a poco, el hombre ha doblegado su entorno, (en las últimas décadas, de manera prodigiosa), llegando a metas apenas soñadas años atrás. Fronteras que se desvanecen en un mundo cada vez más pequeño, donde la distancia es siempre cercana, el presente efímero, el futuro incierto y el pasado está, (sobre todo en la actualidad), continuamente coloreado por artistas del engaño.  Páginas leídas del tiempo, que dependen del color del pincel y de la mano del pintor, que con brochazos viscerales emborronan la historia; con burdos trazos sesgados de  intereses, no siempre espurios, aunque si siempre intencionados.

Vuelvo a mis razones para estar desengañado de la especie que comparto, gen a gen clonado con mi vecino. De la que muchas veces me avergüenzo y pongo en vergüenza.

El ser humano y su historia, siempre estuvo lejos de un presente tan presente como ahora, donde el leve roce de un dedo por un cristal es capaz de asomarnos a la más lejana noticia, e insistiendo un poco en la fría caricia del vidrio, acceder a millares de opiniones y juicios aventurados, de osados informados sin formación. Todos queremos ser testigos y jueces de los grandes acontecimientos, de los medianos, de los pequeños. Lo importante es llenar ese hueco vacío, de protagonismo por las nubes, siempre llenas de lluvia y que rara vez o  nunca, su preciada agua llega a mojarnos. 

Después de tantos años de búsqueda apasionada, de cruentos enfrentamientos culturales, regando la tierra con sangre de utópicos ideales, el hombre  ha encontrado por fin  “El santo grial”.  Sueño perseguido siempre por la imaginación de locos iluminados, de venerables guías espirituales, más llenos de  interés que de moral.  Siempre en lucha entre el poder humano y la bondad divina.

El árbol de la sabiduría ya está en su bolsillo, y el dedo de dios, está entre los dedos de cada mano, en manos de casi todos.

Temo pensar que el maligno, eternamente agazapado entre las arrugas del pensamiento, anda muy atento en este tiempo convulso de adelantos, humanos pero escasamente humanistas. Está  a la misma distancia el pecado y la virtud, con la comodidad del juicio irreflexivo tapado por anonimato virtual.

“Dios está en todas partes”, y el diablo sigue siendo su sombra. El hombre ha cambiado sus normas, sus pautas, sus tiempos. La prisa se ha impuesto cómodamente a la reflexión. Lo mío es más mío que nunca, y lo general… lo de todos, es obligación siempre de los prójimos. Juzgamos y exigimos lo ajeno, sin darnos cuenta que lo ajeno, somos nosotros mismos. Criticamos, con el dedo de dios, problemas mundiales, cuando nuestro verdadero problema está nuestro interior, o lo más lejos, en la mirada perdida de un convecino. Hemos perdido toda humanidad. Somos marionetas de nosotros mismos, empeñados en hablar con todo el universo al mismo tiempo, mientras despreciamos la anécdota del abuelo que tenemos al lado. El egoísmo se impone, la generosidad es menospreciada. Sin metas ni guías, las reglas se cambian al albur del interés de algún ente principal, que juega con los destinos en una macabra partida llena de silentes lamentos y sangres disimuladas con el color del espectáculo. Nunca fuimos tan grandes e insignificantes. Adulan los próceres, libertades secuestradas por la ignorancia de la masa, que se mueve al paso de los libertadores del mercado. “Hombres de gris” pendientes de vanidad y grandes palabras, que cambian de significado siempre por el bien común. Ah… siempre el bien común. Mientras… hablamos al tiempo con toda la humanidad, llenamos, de forma maquinal, de críticas en masa al poder, sin pensar que el poder lo dimos nosotros. La revolución francesa ha muerto. Se muere a manos del tumulto de la fiera incultura “poseída” de técnicas de vanguardia. Sabemos cómo, pero estamos muy lejos de saber por qué.

Dios nos ha abandonado a nuestra suerte, y su sombra se sonríe en la opaca transparencia de un cristal. Lo mejor de su reflejo se aleja entre las tinieblas de una multitud embrutecida, incauta e irresponsable.

Tenemos todas las armas para hacer de este mundo un lugar mejor y duradero.

El humano conectado, en comunicación con toda la raza humana y con acceso “cuasi” divino, con todos sus conocimientos, nunca pudo estar más solo, más desamparado.

Descanse en paz.  

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