Humanamente distante

Humanamente distante

Jose

27/03/2014

Sonó el teléfono. Un corto sonido irrumpió en la oscuridad de la noche. Estaba John apunto de conciliar un difícil sueño que llevaba tiempo sin aparecer cuando un mensaje le saco de la cama. Quizás puedas por fin conocerme, se leía en la pantalla de su teléfono. ¿Quien diablos decide escribirme esto a estas horas de la madrugada?. Sorpresa, desasosiego, recelo y una cierta dosis de intriga se aunaron en la cabeza de John. ¡Maldita sea!, ¡no tengo ya bastantes horas de insomnio para que venga ahora este dichoso mensaje a hacerme perder el sueño!. Mentiría John si dijese que le disgustaba del todo este visitante inesperado. Su vida no dejaba de ser una monotonía constante. Sin trabajo y viviendo de unos ahorros que se volatilizaban a velocidades alarmantes, gastaba su tiempo dedicándolo a la inmersión en todo tipo de aparatos electrónicos, cuyo fin no era otro que llenar una vida insignificante y sin sentido. Era John, como podría ser cualquier otro, dependiente de su tiempo. Le había tocado vivir un momento histórico dominado por la utilización excesiva de la tecnología. Su soledad e introspección se conjugaban a la perfección con todo el arsenal social que le dispensaban los artilugios electrónicos. Sus relaciones humanas se habían convertido en una especie de «onanismo comunicacional» donde, pese a que en su pantalla se encontraba un receptor, todo tenía lugar en la intimidad de su cabeza y redundaba en él. Tenía muchos amigos virtuales. En algún lugar de ese pequeño cachivache debían residir. Mas no se encontraban sino en la volatilidad de su pensamiento, el cual imaginaba gestos, calor, y compañía de algo que no dejaba de ser sino una fantasmagoría. John tenía necesidad de sentir cercanía y afecto tratando de satisfacer estos deseos a través de sus contactos virtuales. No paraba de repetirse lo mismo: ¿A que miserable satisfacción aspiro?. Este pequeño aparato que cubre mis necesidades, ¿porque no colma mi alma?, ¿porque esta sensación de desarraigo aderezada de nostalgia? Fue el último eco que escucho John de sí mismo antes de caer en un profundo sueño.

John despertó descansado como si no hubiera mantenido aquella batalla con el vacío. Estaba bastante avanzada la mañana cuando se dispuso a cumplir con su rutina diaria. Repasó todas sus redes sociales para leer el contenido de ese escaparate de egos en los que se había convertido esa herramienta comunicacional. Cumplía a rajatabla un automático proceso de revisión virtual. Las herramientas electrónicas se había convertido en prótesis humana indivisible del propio John. Le era difícil ver una vida sin estos aparatos. Todo esto le hizo plantearse la fragilidad de sus relaciones humanas, las cuales se habían reducido a algo volátil y desencarnado. Andaba por estos pensamientos cuando le vino el recuerdo de aquello que le había sucedido la noche anterior. Revisó su teléfono y comprobó que ahí seguía el mensaje impertinente. Leyéndolo nuevamente no dudo en escribirle. La respuesta fue contundentemente extraña: soy aspiración humana de plenitud. No terminaba John de reponerse de tal mensaje pensando que esto empezaba a ser ya una broma cuando fue interrumpido por otro mensaje el cual terminó ya de desestabilizarle: estaré allí donde tras repetición constante de tu rutina…vienes a pedirle al silencio…que deje de gritar con su agonía…la infelicidad de tu descontento. Esto terminó ya de rematar a John pues estaba todo escrito de una manera siniestramente poética. Tras leer este último mensaje muchas veces creyó saber el lugar al que se refería. Solía terminar su día en la mesa solitaria de un bar al que iba con bastante frecuencia. Dejaba su teléfono sobre la mesa, y con una mano sostenía la jarra de cerveza y con la otra golpeaba la pantalla con sutileza a velocidades prodigiosas. Pasaba horas en este proceso de autoolvido alcohólico, demandando atención al otro lado de su aparato. Tras pensarlo largamente e importándole bastante poco que se tratara de una broma o algo peor, con la fe de quien cree en los imposibles y absurdos, se puso en marcha hacia el lugar que le hospedaba en sus noches vacías.

Llovía copiosamente aquella noche. Llego John al bar empapado pero con su artilugio electrónico a buen recaudo, tal era el celo que sentía el joven hacia su teléfono. El camarero ,como el que prevee el comportamiento rutinario de alguien que hace lo mismo todos los días, le trajo una cerveza bien fría. No esta la noche muy apacible, −le dijo. Pensando que había perdido la capacidad de hablar con algo que no saliera de una pantalla, John simplemente le doy por respuesta el silencio. El joven comenzó a inclinar su cabeza y a usar su pequeño artilugio electrónico a la manera de como lo haría un adicto, el cual no puede dejar de hacer esa misma actividad aunque le disguste. Tenía tan interiorizada su rutina que olvidó cuales eran los motivos que habían despertado su interés en aquel lugar. Un golpe de realismo le trajo a la que era una situación absurda. Pero no veía nada que le indicara algún signo fuera de lo común. Se dio cuenta de que en esa noche estaba especialmente activo el bar, lleno de vida y alegría compartida. Deseaba John formar parte de aquella pequeña felicidad tan humana, cercana y cálida. Encerrado en su cerveza y sus redes sociales, suspendió cualquier intento de acercamiento.

Pero sucedió la tragedia. Alguien, no sabría bien decir John quien por causas etílicas, tropieza con él de una manera un tanto extraña. El golpe, inofensivo pero contundente, ocasiona que el teléfono caiga al suelo con una violencia inusitada. No pudiendo encender el aparato trata de articular palabras con su lengua adormilada e intenta ver bien quien se esconde trás ese rostro cubierto por una larga melena. Disculpe señorita, dice a duras penas. Pero la espontanea se retira sin decir nada. Tratando con una dificultad terrible de ponerse en pie, John decide acercarse a ella la cual se aleja con paso silencioso. Tras darle caza, estando ella de espaldas y poniendo la mano sobre su hombro, le exige que por lo menos haga algo para emendar tal accidente. Ella actúa de una manera que pocos sospecharían y lo abofetea contundentemente para luego darle el beso más delicado que le han dado en su miserable vida. ¿Notas el calor humano?, le susurra al oído. Como el que no entiende nada John se vuelve automáticamente hacia su teléfono intentando encenderlo, cuando por fín lo consigue. ¿Eres acaso quien me ha escrito…?, dice dividido entre la visión de su aparato que ya funciona y la desconocida que ha irrumpido de manera misteriosa. ¿Es que no te das cuenta?, le dice con voz firme la joven como si lo conociera. Tu inmersión en tu propio ombligo es algo que da verdadera pena. El amor, el afecto y la amistad es algo que está dirigido hacia afuera. Con estas palabras salio la joven del bar. John le siguió. ¡Espera!, le dijo. Ella, que se encontraba en la calle de enfrente se detuvo esperándole entre dubitativa y escéptica. En ningún momento la lluvia había dejado de caer. Fue John a cruzar el corto trayecto de una acera a otra. Entonces le llego un mensaje. Se dispuso a responderlo. De manera hipnótica bajó su cuello al cachivache electrónico. En medio de la carretera hizo su aparición un coche que pasaba a bastante velocidad. No pudo éste frenar y le pasó por encima al joven. La poca virtualidad de un coche a toda velocidad acabó realmente con su vida. Nunca llego a saber quien era realmente aquella desconocida, ni si fue la autora de aquellos mensajes y de su plenitud prometida. Así termina la historia de John, donde él murió su teléfono aún seguía con vida. Encendido y en medio de la carretera seguían entrando mensajes, no se sabe bien si del mismo misterioso emisor, que ya su dueño no recibiría.

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