Antonio es el futbolero de barrio, siempre lleva el Marca bajo el brazo, como buen forofo lo más parecido al deporte lo practica desde el sofá de su casa; su barriga cervecera ya nos avisa de un importante sobrepeso para su altura. Las entradas en su frente parecen autopistas y su caminar achepado hace que en el barrio todos le llamen “el Zombie”.

La vida de Antonio es muy cómoda, tiene treinta años y aún sigue en tercero de FP rama electrónica. Gracias a su padre, el Zombie ha vivido en una burbuja de caprichos y fútbol.

Su pasión es el fútbol, más bien, ver fútbol,  y su equipo el Real Madrid; su afición por el club blanco y el hecho de ser hijo único, es el único nexo sentimental que le mantiene unido a su padre.

Su padre, ingeniero de profesión, tuvo a Antonio bastante mayor y es su único hijo. Para él, Antonio siempre ha sido un regalo caído del cielo cuando ya no contaba con tener descendientes a los que cuidar y proteger. Le hizo socio del Madrid al nacer y durante estos treinta años le ha pagado las todas cuotas y han acudido juntos al los partidos al coliseo de la castellana.

Ahora Antonio va solo al campo, su padre padece una enfermedad terminal que le mantiene conectado a una máquina en el hospital doce de octubre. Antonio lleva varias semanas dándole vueltas a la idea como con un simple clic, se puede mantener o quitar una vida.

Desde que su padre sufre esta enfermedad degenerativa, la vida de Antonio va en caída libre; siente que su palacio de cristal se está desmoronando pedazo a pedazo. Es consciente que está perdiendo su sustento económico y emocional, que se está marchando la persona que le ha permitido todos sus lujos y su nivel de vida confortable y tranquilo.

Durante este último mes ha ido barruntando un plan; toda su vida ha estado rodeado de fútbol, se conoce todos los jugadores de primera y segunda división, todos los cotilleos de los jugadores de su equipo, de hecho tiene infinidad de fotos de las estrellas presentes y pasados. En el bar de barlovento todos los parroquianos le preguntan y piden consejos sobre las quinielas y apuestas deportivas.

Desde que llegaron las apuestas deportivas por internet, le han dado un aliciente económico a su pasión, ha ido ganando pequeñas apuestas durante el último año. Pero esta vez su plan es mayor, necesita mucho dinero para mantener a su madre y seguir sin con su vida cómoda. Ha decidido hacer una gran apuesta. Se lo va a jugar todo en el gran clásico, lo tiene todo pensado, todo analizado, jugador por jugador, sabe cómo se encuentran los figuras de ambos equipos; se ha estudiado gracias a internet las estadísticas de las dos plantillas. Se descargo un programa de simulación y modelización de resultados deportivos, ha optado por la mejor opción e incluso ha realizado un análisis exhaustivo del árbitro del encuentro (estado civil, trabajo, situación económica etc.)

A lo largo de este tiempo se ha dado cuenta que para ganar pasta hay que arriesgar pasta, y para tener pasta tiene que hablar con el Josele.

El Zombie sabe que Josele es un tipo chungo, y alguna vez le ha visto darle una paliza a algún drogadicto moroso en el barrio por sus deudas en “perico”. Pero con él siempre es amable, de hecho gracias a sus consejos futboleros, Josele ha ganado unos cuantos miles de euros con las apuestas.

 

Hace un par de días el Josele entró en el bar Barlovento con su bastón de patriarca, su pañuelo de lunares negros atado a su cuello y esa cicatriz en el cuello te que hace recordar que ha estado cerca de la muerte y que por tanto ya le tiene miedo a pocas cosas en la vida. Iba acompañado de dos sus primos, dos gitanos jóvenes con anchas espaldas y barba tupida.

Josele entró al bar golpeando el suelo con su bastón.

— A la paz de Dios parroquianos— dijo Josele.

—Pero si tenemos aquí al Zombie— Exclamo Josele—, dime guapo, como va a quedar el partidazo del Domingo que me quiero jugar unos duros.

El Zombie se acerco a la familia, con las manos sudadas, cabeza baja, y cierto tartamudeo se adueñó de su voz.

— Que tal Josele, — dijo —, verás, te quiero pedir un dinero para apostar para el partido; y si te parece bien puedes apostar tú también a mi resultado. Ya sabes que he fallado pocos este año, y este partido le tengo muy estudiado.

—Muy bien —dijo Josele—, su sonrisa delataba que acababa de cazar una nueva presa, y que iba a hacer un buen negocio con el Zombie. 

— Dime, ¿Cuánto vas a apostar?

— Pues ochenta mil euros—. Tartamudeó el Zombie.

La cara del gitano cambió a preocupación, el Zombie le caía bien, le había hecho ganar dinero durante la liga, y era un chico tranquilo, sin mayores vicios que el fútbol y las apuestas bajas. Josele sabía que con este préstamo ganaría fijo, pero le jodería tener que inflarle a ostias al Zombie.

— Muy bien — dijo Josele—, hizo un gesto a uno de sus primos y este sacó un rollo de billetes de quinientos euros atados con una goma.

— Ya sabes, me lo tienes que devolver la semana que viene más un cuarenta por ciento—dijo Josele con sonrisa de hiena.

Antonio cogió el dinero, y con las piernas aún temblando, salió del bar. Cuando se alejaba escuchó:

— ¡Quilloooo!¿ Al final como van a quedar?—. El Zombie ni se giro, mantuvo dirección a su banco.

Es tarde, Antonio estaba sentado frente al ordenador, entro en betcoin.com, ya tenía el dinero en su banco y acababa de realizar la transferencia a su cuenta de apuestas. Con esa inversión su futuro beneficio sería de doscientos cincuenta mil euros y quedarían solucionados todos sus problemas.

Simplemente le faltaba marcar su resultado, simplemente pulsando cinco teclas, Antonio ponía todo su futuro en manos del dios de la tecnología.

Tras el partido Antonio mantiene la mirada perdida en la pantalla del ordenador, el reflejo de esta nos muestra un rostro desencajado, sudoroso, y con los ojos enrojecidos. Sabe que se ha ido todo a tomar por culo todo.

Con lágrimas en los ojos recuerda cuando los doctores le preguntaron que si quería desconectar a su padre de las máquinas que le mantienen con vida.

 Antonio sabe que acaba de perder la suya con un clic.

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