Amanece en la ciudad todavía sin nombre. Este amanecer se parece a los que conocemos, salvo por el hecho de que el planeta en que la ciudad se encuentra tiene dos lunas en lugar de solo una; lunas que ahora están dando paso a un dorado sol, muy similar al que daba los buenos días a la Tierra. Lentamente, la ciudad bajo la cúpula va despertando. La colonia no es aún muy numerosa, apenas unos cientos de personas, pero está llena de vida y recuerda a cualquier pequeño pueblo. Como no hay demasiada población, la poca gente que vive allí ya se conoce. Se les escucha saludarse según van saliendo a la calle. En la granja ecológica, alguna gente ya hace cola para comprar comida, el único lugar de la ciudad donde se puede obtener de momento. Otros cogen el tranvía magnético que recorre la ciudad para ir a su trabajo. Un pequeño kiosco de prensa es el lugar donde la gente se puede enterar de las últimas noticias de la Tierra y de Marte, y de cómo va progresando la pequeña colonia establecida en aquel planeta. La ciudad cuenta con un par de bares que a esta hora se van llenando lentamente. Unos paneles solares disimulados en lo alto de la cúpula que la cubre, y que la aisla del entorno aún hostil del planeta, alimenta a la ciudad con energía limpia y renovable. También se aprovecha la energía geotérmica del planeta, muy activo geológicamente. El aire dentro de la cúpula es fresco y agradable, y la temperatura va poco en aumento, intentado recrear un bonito día de primavera. Tal es el hogar de Alana y su familia, junto con otros cientos de colonos que decidieron probar suerte en un nuevo planeta, después de la última gran guerra que conociera la humanidad: la que se libró entre Marte y la Tierra, a causa de la independencia de este último.

Suena el despertador, Alana no remolonea para levantarse. Desde los días en que vivían Marte, en plena guerra, no duerme bien. Aún a veces las pesadillas la atormentan por la noche, y no tiene más remedio que despertarse para comprobar que John, su marido, sigue durmiendo a su lado. Los años de guerra que pasaron separados, y la posterior situación casi insostenible del planeta rojo, al que su independencia le costó cara, no fueron momentos fáciles, y menos aún con un niño pequeño. Alana se pregunta si ha gritado como muchas veces al despertarse, y si ha llegado a despertar a su hijo. Pero parece que Brian sigue durmiendo profundamente. Quien sí se ha despertado es John, que ha notado que se despertaba sobresaltada y ya la abraza para consolarla.

-¿Otra pesadilla? – le pregunta inquieto

– Si – contesta ella – pero no te preocupes, cada vez me pasa con menos frecuencia

Alana sonríe y toma por un momento la mano de John. Todavía le fascina no notar la diferencia entre su otra mano, la que todavía es de carne y hueso, y la que ahora toca. De hecho, si no supiera que su esposo perdió un brazo en la guerra, a causa de la metralla que de destrozó el hueso, no sería ni consciente de estar tocando la prótesis robótica que sustituyó al brazo amputado. La mano robótica de John tiene el mismo tanto y sensibilidad que la orgánica, e incluso la misma temperatura. Ambas la confortan por igual. Pero se hace tarde para ir a trabajar y Brian debe ir al colegio, así que, después de un beso de buenos días, Alana y John se ponen en pie. Él despierta al niño y le ayuda a ducharse y a vestirse y ella prepara el desayuno, a base de productos de la granja. Luego cogen el tranvía. John se baja en la oficina de administración, donde tiene un empleo junto con algunos otros veteranos de la guerra terrano-marciana. Alana y el niño se bajan en la escuela, donde ella trabaja como maestra.

La mañana transcurre con total normalidad. Hoy, toca que los niños aprendan sobre la biodiversidad de la Tierra, el planeta de origen de la humanidad. En realidad, muchos de los niños a los que Alana da clase, incluido su hijo, ni siquiera han visto nunca la Tierra. Es más, ella misma pertenece a una generación (los nacidos a finales del siglo XXI) que ya nacieron fuera del planeta azul y solo lo visitaron alguna vez. Estos niños nacieron en Marte y otras colonias del sistema solar, y ahora, serán los primeros humanos en crecer y vivir fuera de este.  Pero es importante que conozcan de donde vinieron para poder saber a dónde van, y no repetir los errores del pasado. La mañana transcurre sin incidentes. Más tarde, en la clase de historia, toca revisar los acontecimientos más recientes de la guerra terrano-marciana. Los niños eran aún muy pequeños mientras eso sucedía, y Alana responde a sus preguntas.

-Profesora, ¿ha habido muchas guerras en la historia? – pregunta una niña pelirroja

– Pues sí, unas cuantas. Y cada vez con armas más potentes y peligrosas

-¿Y por qué la gente no ha usado la tecnología para hacer otras cosas en vez de armas? – pregunta Brian

– Lo han hecho. La tecnología también nos ha dado avances médicos para cuidar de nuestra salud, mejores y más eficaces medios de comunicación o los viajes espaciales y la posibilidad de vivir en otros planetas. Por no hablar de esos juegos que tanto os gustan a tu padre y a ti.

-¿Cómo se terraformó Marte, profesora? ¿Era muy diferente de la Tierra antes de que hubiera gente allí? – pregunta el niño rubio de la primera fila

-Pues sí, lo era. Estudiaremos más detenidamente el proceso de terraformación y todo lo que conlleva en el próximo curso, pero ahora os diré que es un proceso muy delicado y complicado y que la tecnología, por supuesto, también nos ha ayudado a ello.

-Entonces podemos decir que la tecnología tiene muchas cosas buenas, y otras muchas malas, ¿verdad profesora? – vuelve a decir la pelirroja

– Si, eso es cierto

La campana del recreo salva a Alana de más preguntas de los pequeños, y estos salen al patio con las mismas prisas y las mismas ganas de jugar con que lo han hecho siempre los niños. Alana se prepara un café, y en cuanto a dado el primer sorbo, una compañera le avisa de que tiene una videollamada. Acude a la sala de profesores a atenderla. Malas noticias: su padre ha vuelto a sufrir un infarto. Alana le explica a su compañera la situación, hace una rápida llamada a John, y coge el tranvía magnético hasta el hospital. Su padre siempre ha padecido del corazón, y los años de guerra pasaron una gran factura a su salud. Cuando llega, le ve muy desmejorado, y cuando el médico la recibe en su consulta Alana se muestra muy preocupada.

-No debe preocuparse- le explica el doctor- sí, su padre ya es un hombre mayor, y su estado de salud no es muy bueno, pero hay algo que podemos hacer por él. Necesita un trasplante, pero por suerte, encontrar a un donante ya no es problema. Le tomaremos una muestra de tejido, y usando la impresión 3D, podemos crearle un nuevo órgano. Estará listo en unas semanas. Mientras tanto, debe permanecer en el hospital. Pero no se apure, cuidaremos bien de él.

Más tranquila, Alana emprende el regreso a casa, tras volver a hablar un momento con su padre y hacerle prometer que, cuando salga del hospital, irá a vivir con ellos para que puedan cuidarle mejor. Mientras prepara la cena, John y Brian juegan a su juego favorito de realidad virtual. Luego, toda la familia se sienta a la mesa, y charlan mientras cenan.

-Entonces, el abuelo se va a poner bien, ¿verdad mamá?- pregunta Brian

-Claro que sí, cariño. Y se vendrá a casa con nosotros, ¿te gustaría eso?

-¡Sí!

-Tú también estás de acuerdo, ¿verdad, John?

– Por supuesto. Tu padre siempre es bienvenido aquí, y es lo mejor para su salud.

Y así transcurre la nueva vida de la humanidad, bajo la cúpula, mientras a miles de años luz, un sistema solar que otrora rebosara de vida lucha por conservarla, en apenas un puñado de refugios subterráneos en un planeta azul y en un planeta rojo.

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