Castel del Ferro, Andalucía- España, 1875
Esa noche el mar estaba tranquilo y el cielo estrellado. Un barco atracaba en las costas y Rafael Rodríguez Fernández junto a sus dos hijos mayores cargaban unas cajas. Aquello era el fruto de muchos meses de trabajo sin descanso: aceitunas, pimientos morrones, nueces, almendras y aceite de oliva. Los genoveses le habían prometido pagar cinco veces más que los buitres reales, por eso estaba allí. Era arriesgado pero lo haría todo por su familia.Era las dos de la mañana cuando una sirena sonó y una comitiva lo increpó. -En nombre de nuestro amado rey Alfonso XII, tenemos orden de confiscar toda esta carga. Sr Rafael Rodríguez Fernández, está usted acusado de contrabando. Los jovencitos aprovecharon la confusión para correr a buscar ayuda, como habían convenido antes.
Pero en un abrir y cerrar de ojos el astuto andaluz se tiró al mar y nadó con todas sus fuerzas. Era un excelente nadador. Llegó a la costa y corrió a su casa, y dijo – Tendré que ausentarme porque corro peligro. Les juro por mi vida que pronto estaremos reunidos allá, en América, dónde seremos libres y no vasallos. Cuida a nuestros hijos María. Perdóname una vez más, quería darte todo y te dejo sin nada. Pero te prometo que te escribiré una carta por cada día que pase, hasta tu llegada y te las daré todas mi amor –Se le quebró la voz y salió corriendo con un pequeño bolso y un viejo sobretodo en el brazo. La noche era su cómplice. Sabía que los genoveses lo llevarían a tierra firme.
Cada noche, escribía la carta prometida: Mi amada María quiero que sepas que estoy rumbo a un nuevo mundo, lleno de incertidumbre y tristeza, pero con la convicción que necesito recomponer todo para traerlos conmigo. Voy para América del Sur, a Argentina, en busca de Gonzalo Cabrera de los Ríos.. .Allí voy, con ilusión y esperanza. Del puerto de Buenos Aires tengo que ir para Córdoba, que está bastante lejos. Tierra adentro… Los amo con todo mi corazón .Qué la Virgen de la Macarena los bendiga, y pronto volvamos a estar abrazados todos juntos. Y a ti María, amadísima esposa, reina de mi vida y de mi corazón, recuerdo que siempre estaré contigo!! Tu esposo que te adora. Rafael.”
Y así cada día una carta, se iban acumulando en una bolsa de arpillera. Cuando llegó a Buenos Aires, vio que la cosa no era tan sencilla como parecía. La presidencia de Nicolás Avellaneda pasaba por una gran crisis financiera causada por los desmanejos de fondos del gobierno Nacional. Tomó la diligencia y se fue a Córdoba. Allí lo esperaban los Cabrera de los Ríos que le dieron alojamiento. Recibió una carta de María: ¡Había tenido un varón! . Su familia estaba a salvo con sus suegros. Pero todo había sido embargado por orden real y tenía un proceso abierto en su contra. Ahora su patria era la que le daba de comer y la posibilidad de progresar. Como Rafael era un hombre culto e instruido lo presentaron a un político, que lo llevó a trabajar con él.
Y pasaron los meses, mientras Rafa trabajaba sin parar. Y llegó la ansiada noticia: estaban en el puerto del Río de la Plata sanos y salvos. Él hubiese querido ir a recibirlos en persona, pero no podía. En la Cámara de Diputados donde trabajaba no le daban licencia, y la verdad, que no estaba como para perder el trabajo, ¡con lo difícil que estaba la situación!
Y esperó un mes y nada, ya no podía dormir, cuando de repente lo despertó un telegrama. LLEGAMOS EL MIERCOLES AL MEDIODIA. TE AMO. MARIA.
Llegó el día y allí estaba esperándolos. Los minutos parecían horas. Y de repente apareció la diligencia. Vio la carita de Blanca asomarse y gritar: -¡Papá! Soy yo papá, ya estamos aquí!. No acabó de parar el vehículo que se abrió la puerta y los vio. Y se quedó paralizado mientras las lágrimas corrían por su bello rostro varonil. – ¡Al fin, al fin entre mis brazos todos!¡Cuánto los he extrañado! Y este es mi nuevo pequeño,- dijo abrazando al hermoso bebé. -¡Mi pequeño Rafael!, y buscó la boca de María para darle el beso de bienvenida.
El carruaje se detuvo en una casita colonial, pintada de blanco. Una puerta doble de madera, y un ventanal a cada lado. Más allá un portón. Entraron y Rafael dijo con orgullo: -Bienvenidos, mi amada familia., a nuestro nuevo hogar. Los niños corrieron por los cuartos de la casa mientras él guiaba a su mujer al cuarto que ambos compartirían. –Aquí está nuestra habitación y le puse una cunita al pequeñín. Luego bajó las escasas pertenencias que traían y las distribuyó en las habitaciones. Las niñas con delicadeza guardaban su ropita en el armario, y cada una puso su muñeca en la cama. Los varones en cambio se treparon a los árboles a comer frutas. El bebé se durmió y Rafael sacó la cunita al pasillo cerrado y protegido, cerró la puerta de su habitación con llave, y le entregó a su esposa una caja forrada en raso, con una cinta roja; al abrirla encontró cientos de cartas. Emocionada abrió algunas y vio que todas empezaban igual: Mi amada María…
Y se abrazó con fuerza a ese hombre por el que cruzó un océano al otro lado del mundo, y volvería a hacerlo, con tal de estar a su lado para siempre,acunada en sus brazos y saboreando sus besos apasionados. Luego de compartir unas deliciosas horas de amor, María se quedó dormida, agotada de tantas emociones y cansada del tanto trajín. Con un último beso, Rafa fue a atender a los niños, que comieron algo y se fueron a dormir rendidos. El bebé lloró y María le dio el pecho, y luego, los dos abrazados, se durmieron mientras él le cantaba zalamerías en el oído. “Mi amada María, estoy loco loquito por ti”…
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