—¡Ya estoy en casa!— Naoto tira su neuroconsola sobre el mueble ionizado de la entrada y avanza por el pasillo hasta su cuarto. Se mira unos segundos en el espejo. Frunce el ceño. Hoy cumple cincuenta años. El maquillaje dermoelectrónico y las sesiones de biogel pulsado tratan de mantener su rostro igual que hace veinte años.
—Cariño, ¿dónde estás?— pregunta al aire. Regresa al pasillo.
—¡Ah, Roger, estás ahí!—. Su mirada se ilumina al ver a Roger apoyado sobre el marco de la puerta de la cocina. No puede resistir la tentación de ir casi corriendo a abrazarlo.
—Hoy has venido pronto. Aún no he terminado la cena—, dice Roger casi sin tiempo para incorporarse y recibir el abrazo de Naoto—. Estoy preparando tu tarta de cumpleaños…
—Me ducho y te ayudo—se ofrece Naoto. Sonríe, da a Roger un cachete en el culo y se dirige al cuarto de baño.
Naoto se desnuda y entra en la ducha. Activa el modo selva. Las pantallas 3D que la rodean se cubren con un paisaje repleto de árboles y una cascada cercana que simula la caída del agua. Piensa en Roger. Lleva solo un mes viviendo con él, pero ya no tiene dudas. Está enamorada. Tras la ducha, Naoto se pone un camisón de seda escotado y con transparencias. Tiene un cuerpo atlético y exuberante, fruto de una fecundación selectiva y de la bendición del Hefisticio, que la convertía en una Mejorada de pleno derecho.
—¡Ya estoy! —dice Naoto desde el pasillo.
—Justo a tiempo. La cena ya está lista.
Ambos se sientan en la mesa del salón, decorada con flores naturales y velas de cera auténtica, una cara tradición en tiempos de guerra que Naoto quería seguir conservando. Junto a la mesa, un gran ventanal que ocupa por completo la pared del fondo muestra el mar de luces que dibuja la ciudad de noche. Desde la planta ciento veintiséis se puede ver buena parte de la ciudad, con sus rascacielos y el constante ir y venir de los vehículos automáticos deslizándose por trazados construidos en distintas alturas. Roger activa el simulograma que transforma toda la sala en un decorado de naturaleza oriental, con sonidos de un arroyo cercano y música relajante, luz focal sobre la mesa y de matices cálidos…
—¿Qué tal el día? —pregunta Roger, nada más terminar de servir.
—Monótono, como siempre —responde Naoto—. Los servidores de procesamiento orgánico son tan estables que mi supervisión es casi anecdótica. Básicamente me paso el día trasteando con mi neuroconsola. Umm, la cena está riquísima. Me encanta cómo cocinas.
—Gracias.
—¡Ah! Se me olvidaba. Hoy he solicitado al Concilium una hija.
Roger deja los palillos y se queda unos segundos mirando su plato, tratando de procesar las últimas palabras de Naoto.
—Si es lo que quieres, a mí me parece bien, entendería que otro hombre te…
—No me refiero a eso, tonto. He decidido adoptar una niña recuperada de la Subnación. ¿Qué te parece? ¬—pregunta Naoto emocionada.
—Es muy generoso por tu parte.
Naoto sonríe orgullosa y ambos continúan con la cena a base de niguiris y makis.
—Estoy deseando terminar la cena para… ya sabes —comenta Naoto mientras se introduce en la boca un maki untado en salsa de soja aliñada con mucho wasabi.
—Yo también lo estoy deseando.
El rostro de Naoto se ruboriza al saber que Roger está dispuesto a hacer todo lo que ella le pida. Decide que ya no tiene más hambre.
—No quiero postre. Te prefiero a ti. Desnúdate.
Roger obedece al instante y se desnuda frente a ella. Naoto se queda unos instantes observando su cuerpo. Un cuerpo joven, musculado y bronceado, un rostro atrayente y varonil, una mirada cristalina, moreno y con barba de dos días, un hombre de una belleza incomparable. Finalmente Naoto se levanta y, dejando a un lado el pudor, agarra con su mano derecha el miembro de Roger.
—Sígueme.
Naoto comienza a andar hacia la habitación mientras tira de… Roger. Él avanza sumiso, sincronizando sus pasos con los de ella para evitar tirones. Ya en el cuarto, ella le suelta y él comienza a besarla mientras la desnuda. El cuerpo de Naoto se eriza solo con su tacto y cuando él la penetra, el baile de fricciones desata en su interior unas intensas descargas eléctricas que la llevan al cielo. Una hora después, Naoto decide que es suficiente.
—Estoy muy contenta de tenerte, ¿sabes? —comenta Naoto, aún tumbados y abrazados desnudos sobre la cama—. En poco tiempo te has convertido en lo más importante de mi vida. Me alegro tanto de haberte reprogramado. Sabía que eras mejor compañero que vigilante.
Al escuchar las últimas palabras de Naoto, Roger se incorpora de la cama. La InfoRed apenas señalaba que el Concilium utiliza a los vigilantes para el control de la natalidad. Roger, no obstante, también había consultado las redes piratas, y en ellas se narraban las matanzas humanas que los vigilantes perpetraban en pro del bien común.
—Yo, ¿era vigilante? —pregunta a Naoto, con mirada ausente.
Ella se queda mirando a Roger extrañada.
—Eso ya no importa. Te resetearon y cargaron un firmware totalmente nuevo. No tienes un solo bit de aquello.
—Pero eso es imposible, yo jamás podría ser vigilante.
Naoto intenta entender la reacción un tanto ilógica de Roger. Su programa actual era uno de los más avanzados y tenía un carísimo módulo híbrido que incluía un centímetro cúbico de tejido neuronal pseudorgánico para crear un fuerte estado de empatía neuroemocinal que impidiese hacer daño a un humano. Naoto comprende que había sido un grave error contarle a Roger su pasado. Eso podría provocar un conflicto en su sistema.
—Roger, olvídalo. Carga tu backup de la última hora.
Roger se levanta de la cama, ignorando la última orden de Naoto y se encierra en el cuarto de baño.
—¡Roger!
Roger desactiva sus sensores auditivos. Se sitúa frente al espejo y reprocesa cada centímetro de su piel de plútex. Se toca una mejilla. Los sensores subdérmicos informan de los distintos niveles de presión, pero no siente nada. Sube su mano unos centímetros y la sitúa frente a su ojo derecho, gira la muñeca treinta grados y coloca el dedo índice sobre el lagrimal. Presiona con fuerza y lo introduce entre el globo y la cuenca, reventando la bolsita de suero salino y un par de conductos de biogel. Roger localiza, en la parte posterior de su globo ocular, el cable de fibra óptica y lo desconecta. A continuación se saca el ojo suelto de la cuenca y lo deja sobre el lavabo.
Naoto golpea la puerta del cuarto de baño. Está muy preocupada. Roger nunca le había desobedecido. El sonido de un golpe seco seguido de un temblor, hace que el corazón de Naoto se le acelere de pronto.
—¡Roger, abre la puerta!
Casi al instante, la puerta se abre.
Naoto se queda sin aire al observar la escena. El espejo frontal está roto y salpicado de biogel. Del techo de la ducha cae el agua con fuerza. Uno de los paneles 3D está encendido y parcialmente caído, creando trazas intermitentes de un bosque dibujado sobre parte del aseo. Roger esta tirado en el suelo, en una postura retorcida y con un trozo de cristal del espejo incrustado en la cuenca derecha, justo donde se alojaba su tejido pseudorgánico. El agua de la ducha chispea sobre la cara de Roger, se escurre y cae dentro de su cuenca vacía, provocándole al contacto con sus circuitos internos constantes movimientos espasmódicos parasimpáticos.
—¡Roger, no! —grita Naoto, con su cara aún desencajada por el terrible descubrimiento. Quiere acercarse, pero el suelo encharcado está electrificado. Desesperada, corre hacia la entrada para apagar la ducha con su neuroconsola y desconectar remotamente la batería de Roger.
De vuelta en el aseo, Naoto llora y se abraza al frío cuerpo inerte de Roger mientras siente que, sin él, su vida no tiene sentido. El sistema controlado por la neuroconsola detecta la reacción metabólica de Naoto y le suministra una dosis de gelorrisina.
Risas absurdas se mezclan con la rabia de no poder ni llorar a gusto.
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