«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo».
Está novela de García Márquez, Cien años de soledad, me parece que es la que tiene más grandeza de todas las que representan al «realismo mágico». Este comienzo avanza como va a continuar la historia del libro, que no transcurre de forma cronológica, sino por fragmentos que sólo al final nos permiten conocer la totalidad de lo ocurrido. Se aprecia la mezcla de lo fabuloso con lo real, que por los adjetivos usados, se vuelve poético, y, a través de un lenguaje preciso, recrea lo increíble y lo convierte en cotidiano.
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