Querido Orlando:
Juré que volvería aquella mañana de marzo cuando, en la terraza del hotel, vimos amanecer frente al Monte Fuji.
Ya conoces la ética y la moral japonesa, que les obliga al trabajo bien hecho: quizá por ello en todo el país no se encuentra ya una postal antigua, esas que mezclaban nieve y cerezos en flor. Ahora, en todas, el cielo luce rojo, como de seda irisada de kimono, y las aguas emiten un fulgor plomizo. Eso no impide la pesca, como ves. Afortunadamente, abrazamos a tiempo el vegetarianismo.
Oré por todos nosotros en la montaña sagrada de Kurama a la que, por cierto, me ha costado tanto subir: no recordaba ni el número de escalones ni que mis fuerzas fueran tan escasas.
Espero verte muy pronto, querido Orlando, aunque celebraré aquí la Noche de la Luna Llena de Mayo. Para entonces quizá me haya repuesto y pueda abandonar el templo en el que me han acogido. Mientras, recuerda lo que decía aquel monje: día tras día es un buen día. Besos. Luz
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