Unas piernas recién llegadas de sus vacaciones suben por las escaleras mecánicas, parecen unas piernas cualesquiera y ¿lo son?; varias pecas diminutas salpican el bronceado que las tuesta dándoles un aspecto dulce y apetecible. Contrastan con la blancura del viajero que va delante de ellas, ni el vello negro disimula los arañazos que en el gemelo se empeñan en dibujar un arco iris.

Al salir de las escaleras, las piernas tostadas giran hacia el largo pasillo que las llevará a un nuevo tramo del viaje. Se han dado cuenta que no van solas y desde el puesto de mando que se encuentra en la azotea del armazón que sostienen, ya se ha activado el dispositivo de vigilancia oculto en el cascabel de su tobillo derecho. Son las piernas arco iris, ¿cuándo se han puesto tras ellas?

Han llegado a la estación. Desde el andén no pueden ver dónde se colocan esas piernas peludas, hay muchas piernas que no paran de moverse sobre plataformas insostenibles; chanclas irresponsables que no protegen ni siquiera el dedo meñique; botas de colores estridentes; y, al fondo, tras unas manoletinas rojas y sobre unas adidas sucias, están las piernas peludas mirándolas desde su arco iris.

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