Desde el andén buscaba con mi mirada a alguien similar a ti, porque sabía que estabas a miles de kilómetros, aunque me hacías falta.
De repente, vi un chico moreno, con el pelo rapado, ojos claros y labios carnosos y decidí que ese ibas a ser tú, al menos durante mi trayecto en el cercanías.
Me fui acercando poco a poco a él, mirando por encima de mi libro. Él llevaba unos cascos puestos con música rap a un volumen estridente y gafas de sol de espejo.
Era más bajito que tú, llevaba unas zapatillas horrorosas, color fosforito y la expresión de su cara era de enfadado con el mundo.
Llegó el tren y me senté en el asiento de enfrente. Yo hacía que estaba muy concentrada en mi libro pero no le quitaba ojo. No eras tú pero tenía algo muy importante que decirte y él parecía ajeno a todo.
Se bajó en la misma estación pero antes le grité: “No te quiero. Me gustaría decírtelo cara a cara, pero estás en Perú. Lo saben de aquí a Lima y de Pirámides a Chamartín».
No me importa lo que pensara de mí. Me quitó un gran peso de encima.
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