¡Cuántas historias encierra  mi corazón!, ¡Cuánto agasajo!, ¡Cuántos piropos! Que si la joya del neomudéjar sevillano, que si marca la línea de la arquitectura andaluza del siglo pasado… Vanidad, todo vanidad. Empecé a alarmarme al enterarme que a mi colega parisina del Quai d´Orsay la habían convertido en museo. Después de todo, ella ha tenido suerte: recibe innumerables visitas y es más famosa que antes. A mí me han reconvertido en un centro comercial y de ocio. Compritas, cines y tapas. Únicamente me consuela un amigo que  todas las mañanas se sienta en uno de los pocos bancos que han respetado. En medio de dos locales, uno con el letrero “se vende” y el otro, “se alquila”. Se pone a dormitar y siempre acabamos recordando tiempos pasados: “Tren expreso procedente de Barcelona, va efectuar su entrada por la vía número cuatro” y la gente, desde el andén dirigiendo la mirada para ver al hijo, al hermano. ¡Cuántos sueños!, ¡Cuántas emociones! Yo, orgullosa, con la luz mágica de mis cristaleras, sobre todo en los atardeceres, participando de tanta alegría, de tanta vida. Hoy, el bullicio, el trasiego es soledad, apenas interrumpida por pandillas de adolescentes con sus palomitas, cervezas y montaditos. 

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