Ella secó sus lágrimas con indiferencia  y el gesto roto. El inclinó la cabeza mansamente, como un animal herido. Los dos se perdieron en la noche oscura del desencanto y la pena. Ella sacudió su pelo para olvidar lo dicho  y lo no dicho. Él simplemente no hizo nada, no dijo nada, no miró nada, no se atrevió a respirar para no desatar su rabia. Los dos se desconocieron en ese instante. Ella recordó un rumor de olas y suspiros ahogados. A él se le llenaron los ojos de caricias y besos. Caminaron en silencio uno al lado del otro a un kilómetro de distancia, escucharon el quejido de las piedras del camino  que se fundía con sus propios y silenciosos quejidos. Cada pisada era una punzada en el corazón, una pequeña agonía. Ella no quería partir, él no quería que partiera. Ella subió al tren con falsa entereza. Él le entregó la pequeña maleta sin mirarla. Ella se acomodó en el asiento de un vagón sin más pasajeros

  -¿No  me vas a retener? Pensó incrédula.

Él, desde el andén, buscó los ojos de ella sin encontrarlos y gritó en silencio.

  -¿Te vas? ¿Así?

Él, ella. Un trío de dos.

 

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