Quedan seis minutos. Para el próximo, trece. Como siempre, avanzo hasta el final del andén.

Desde laesquina, observo en silencio. Ella está nerviosa, a él le espera otra jornada agotadora, a aquel de enfrente hacía tiempo que no me lo cruzaba, me alegro de que vuelva al día a día, armado con maletín, chaqueta y corbata. Cada mañana la rutina y el sueño se mezclan, se siente el otoño que entra, el ir y venir de otro día sin rumbo. Algunas veces el aire se renueva, cuando algunos músicos deciden despertarnos con sus flautas, recreando el vuelo del cóndor, o una guitarra furtiva se cuela nuestro vagón. Pero lo que más se siente en este lugar son los días y días, los meses, los años que pasan, que se deslizan uno a uno, mientras nosotros seguimos esperando, mirando el reloj, el fondo de las vías, los rostros nuevos, las caras de siempre; deseando llegar, sin pensar que cada llegada significa un viaje menos. Quizás más que un viaje, es un cambio lo que esperamos. Y aquí nos encontramos de nuevo, otra mañana más, a la vez tan cerca y tan distantes, esperando desde el andén.

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