A veces, todo es como estar subido en una noria que se para arriba. Y mirar abajo, es como sentir un pellizco en el centro del epicentro. A veces, desde el andén, vemos pasar nuestros sueños disfrazados de cualquiera. Cinco paradas, las mismas de tantas veces. El vagón iba medio vacío y sin embargo no me molestó sentir su cuerpo detrás, pegado al mío. El aire no encontraba espacio dentro de los pulmones y buscó sitio en el estómago que se amontonó en la garganta. Bajé los ojos para no verle reflejado en el cristal. Sólo quería seguir sintiendo el fuego que encendió en mi coño y el frío que me recorrió desde los tacones a la nuca. Respiraba bonito detrás de mí. Prohibido girarse. Sólo sentir. Abandonarse al traqueteo que en las curvas nos acercaba más rozándonos la piel erizándose en los brazos. Del uno al diez, cien de deseo. No mires. Y la boca se abrió sola deseando encontrar la suya en aquel túnel. Un centímetro más cerca y me empapé de él en un silencio contenido. Un mordisco de vértigo imaginario en el trapecio. Prohibido mirar. Sólo sentir. Atocha Renfe. Final de trayecto.

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