El traqueteo del tren siempre lo dormía. No obstante, aquella mañana, lo que más le solía relajar en sus treinta minutos de trayecto al trabajo era lo que más nervios le estaba produciendo.  Su ansiedad aumentó cada vez más, hasta que se vio obligado a cerrar los ojos, y desear que llegara la próxima parada y el tren se detuviera. Cuando, afortunadamente, dicho momento llegó, soltó una bocanada de aire, abrió los ojos y miró por la ventana. Desde el andén, unos ojos verdes le provocaron un tremendo escalofrío. Jamás había visto algo parecido. Pidió a los cielos que la chica subiera para tener la oportunidad de hablar con ella. Sin embargo, no ocurrió nada. De hecho, todo se detuvo. Por algún extraño motivo, nadie subía ni bajaba del tren, este no arrancaba y la gente permanecía inmóvil. En escasos segundos pasó de un enamoramiento inigualable al terror más absoluto.

De repente, el tren giró a la derecha fuertemente, y su cuerpo se abalanzó sobre el señor que estaba sentado a su lado. Avergonzado, se despertó y se excusó, mientras se daba cuenta de que, efectivamente, el traqueteo del tren siempre lo dormía.

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