Desde el andén de una remota estación se aprecia el amanecer de un nuevo día. Algunos pasos se precipitan hacia la línea de seguridad. Roger se aleja del banco tras oír el chirrido del tren matutino sobre las vías. Su cojera despierta la compasión de los demás que observan con un arqueo de cejas la dolencia de sus pasos. Sin embargo, su pelambrera, enmarañada por la roña, la mucosidad de sus ojos y su hediondo olor provocan rechazo.

El tren abre sus puertas. Una de las mujeres que se apea lleva a una niña de la mano. La niña se acerca a Roger, pero su madre tira del brazo de la pequeña para alejarla. En su mirada se advierte aversión. Las puertas se cierran frente a Roger y el tren reanuda su marcha.

De la puerta de acceso al andén sale una chica en delantal con un plato de sobras y un cuenco de agua que deja en el suelo. Roger acerca el morro al plato y come con ansiedad. El rabo azota el aire con energía. Una vez más, Roger vence al hambre mientras espera a su dueño en el andén de aquella remota estación.

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