Recuerdo que ese día, producto de una mezcla de soledad y tristeza, comencé a caminar sin rumbo fijo. Mientras lo hacía, sentía la caricia de una tibia y suave brisa. El débil viento lograba mover las hojas amontonadas en el suelo. Después, danzaban sobre el césped verde amarillento al compás de una melodía que solo ellas escuchaban.
Los árboles avergonzados, mostraban la desnudez de sus ramas y muchos perros vagos, disfrutaban de mullidos colchones que formaban cientos de esas hojas secas que cubrían vastos sectores de la bandeja central de esa avenida.
Mientras caminaba, escuchaba el crujido provocado al pisarlas, mágica sensación que se repite todos los años casi en la misma fecha. Desorientado, miré a mí alrededor. Era un otoño por ahora, sin lluvias. Ello, provocaba una sed infinita entre las viejas raíces que yacían escondidas bajo los troncos.
Las calles polvorientas, estaban casi desiertas. Caminé sin darme cuenta hasta que me percaté que estaba frente al principal cementerio de la ciudad.
En ese instante, vino a mi memoria, parte de la charla a la cual había asistido la noche anterior. El tema central, acompañado de videos, fotos y documentos, era la levitación.
Recordé que se nos dijo : “ la mente sale de la materia, deja el cuerpo atrás y mira desde lo alto ”…Se trata de un estado hipnagógico que se produce momentos antes de que podamos abandonar el cuerpo físico y se pueda viajar en forma de desdoblamiento astral o espiritual . Son experiencias extracorpóreas.
Al fijar mi vista en los nichos y las cruces en la tierra, imaginé en ese momento,como sería efectuar un viaje dentro de una caja de madera barnizada de negro.
Divisé varios pisos y niveles de tumbas. En la segunda fila, al fondo de una de ellas, se encontraba un ataúd en espera de ser colocado al fondo de la fosa recién cavada.
Los deudos se habían alejado y solo quedaban los empleados del cementerio y dos hombres que debían ser parientes del difunto.
Me acerqué y cerré los ojos, imitando al hombre que dictó la charla, para imaginar que era mi cuerpo el que se metía en esa fosa.
Me sometí sin trabas a esa experiencia extracorpórea para tratar de viajar mediante un desdoblamiento.
No sé cuánto tiempo estuve así. Al abrirlos, comprobé asombrado, que ya no estaba en la superficie. Yacía en el fondo de la sepultura.
Ahí, de espaldas, dentro de la fosa, miré a alrededor y pude comprobar que era un lugar oscuro y silencioso. Este era el sitio especial no deseado por nadie para permanecer por tiempo indefinido. Pensé “ en este lugar, no me podré percatar de nadie ni de nada.”
Observé como mi cuerpo era un desecho inmóvil acompañado por átomos y células muertas. Los músculos se habían endurecidos y estaban rígidos. Una frialdad imposible de describir se había apoderado de mí por completo.
Pasó el tiempo y, luego de varios días, mi piel se comenzó a encoger, las uñas se vieron más largas y después, se desprendió y cayó gran parte del cabello.
Después, noté que de mis fosas nasales brotó una espuma amarillenta rodeada de miles de larvas. Sin darme cuenta, expulsé orina y fecas. Sentí horror y asco.
Pasado un tiempo, mi carne se fue disolviendo y se convirtió en un montón de vísceras putrefactas que ahora expelían un aroma nauseabundo.
A partir de ese momento, noté que no estaba solo. Ese horrible mal olor se había convertido en una invitación para miles de hambrientos gusanos que con su piel húmeda, reptaban anhelantes y silenciosos para rodear mi cuerpo y así dar comienzo a un festín sin límites.
Horrorizado, aprecié que distintos puñados de lombrices, larvas y bacterias cantaban mientras saboreaban restos de mi carne mustia y sin vida.
Pasadas unas horas, los últimos residuos de mi cuerpo, lentamente fueron arrastrados hasta sus nidos. Entonces, lo que fue el molde de una vida, en pocos minutos, pasó a formar parte de esos cuerpos viscosos. Iban satisfechos, con sus vientres hinchados, deslizándose bajo tierra entre sus oscuros orificios. Finalmente, con ellos, mis restos desaparecieron y no quedaron huellas.
Se presentó una oscuridad total. Pude ver el latoso funeral, un pequeño aviso en el periódico dominical, la cuenta del ataúd y el servicio funerario. También, una lápida con mi nombre.,
Todo esto, junto a los malos y buenos recuerdos que el tiempo iría lentamente borrando, como aquellas fotos que luego de unas décadas, se guardarían en un álbum que sería ignorado por generaciones futuras en un armario cubierto de polvo.
Realicé un esfuerzo supremo y abrí los ojos….
Un sollozo acompañado de un grito desgarrador emitido por mi garganta, me hizo retornar a la realidad. Gotas de sudor resbalaban por mi frente.
Comprobé que estaba nuevamente de pie al lado de la fosa ya cubierta con tierra.
Luego de esa experiencia, el miedo mezclado con un indescriptible horror, me hizo reaccionar y me alejé corriendo de ese lugar.
Juré, no volver hasta el día de mi muerte
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