Ser una joven española en la crisis es como tratar de tomar el tren en una estación colapsada por la que no pasa ninguno. Todos son codazos, agobios y desesperación. Da igual que sacaras tu billete con antelación, no hay ningún tren. Además, como tú hay muchos. Demasiados. Si algún tren se atreve a arribar no entraréis más que unos pocos en él, apretujados e incómodos. Y si no te gustan las condiciones hay muchos pasajeros dispuestos a tomar tu lugar por horrible que resulte.
Para colmo, los billetes ahora son más caros. Irónicamente, los únicos que podrán permitírselos serán los que ya tengan su propio coche. Pero la compañía parece encantada. Los jefes, demasiados para una empresa en quiebra, están muy tranquilos y relajados.
Consigues ir colándote en el andén aunque cuesta, no está siendo fácil. Te has llevado varios codazos y arañazos, incluso tú has propinado alguno. El andén también está repleto. Y eso que muchos se han cansado y han tomado el autobús. Otros ya no esperan el tren. Están sentados y dormidos, sin esperanza. Pero tú sigues de pie, esperando. Si es que el tren llega, no quieres quedarte sin asiento. El destino aún queda lejos.
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