Pronto dejaría de llover. En las ventanas el ruido de la lluvia al caer apenas era un murmullo ya. 
Se dispuso a abrigarse para salir. Primero las botas de caucho, luego la ruana, la bufanda y la gorra.  No, mejor gorra no, el sombrero mejor. No, con la garúa se dañará, que sea la gorra. 
En silencio abrió la puerta y se disponía a salir cuando sintió un ruidito que la hizo voltearse y lo vió ahí parado, vestido con su chompa y botitas y una determinación en los ojos que la miraban fijamente. Dudó unos instantes, no podía llevarlo, era muy chico aún.
– Andate, te dije que no….
-Que me voy con vos mamita. Aquí no me quedo!  Necesitas un hombre allá en el andén..
Un hombre, pensó la madre…carajo…
– Si te cansas, no te he de cargar, verás…
Yo no me canso! Ya estoy grande yo, yo te ayudo con las ovejas, con la canasta, con todo! 
Su mirada era una mezcla de súplica y fiereza.
Lo miró con ternura.
– Está bien hijo, camina pues…

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