Para mí la espera del tren que me llevaría a uno de los polígonos industriales periféricos de la gran urbe, era el regusto que me había dejado la recién tomada taza de café en el bar de la estación. Sobre todo en invierno, siempre llegaba media hora antes de subirme al «cercanías», con las solapas del chaquetón subidas y el periódico entre las manos, a esa prolongación del hogar, a ese reducto de luz amarilla y cálido ambiente, impregnado del aroma surgido de las consumiciones de los otros viajeros  de jornada que como yo, prolongaban con este rito el recuerdo del cálido y tempranamente abandonado cuerpo de su pareja.

Hoy, otoño, desde el andén, con las manos en los bolsillos y ese otro regusto metálico que tiene la desesperanza y la incertidumbre… espero, ¿el qué? Una locomotora que me llevará a otro país, sin retorno inmediato, con un billete que esos que deciden por mí han comprado con mi dinero. Y levantarme ha sido un acto mecánico porque ya no tenía a nadie a quien dejar, ellos y sus crisis han destruido mi vida y mi hacienda, arrastrándome como un canto rodado al albur de su corriente.  

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus