Voy camino al andén, allí se dirigen mi cuerpo, mi mente y mi alma, cautivos en ellos mis cincos sentidos, comienzan a inquietarse. Hacia allá van mis pasos, los oigo bajar las escaleras, me acompañan otras huellas y el murmullo incesante, que junto a un violín allá lejano, componen su más íntima melodía. Mis pupilas van divisando cada movimiento, el uno que viene, el otro que va…, el papel de un caramelo en el piso y otros tantos papeles; y las notas de aquel violinista que se escurren por todas partes. Mis manos aún inertes, ansiosas por sentir, y mi boca aroma a menta como hojas frescas. Aquí estoy, ya subterránea, todo sigue ocurriendo a mi alrededor, pero todo se disipa por un instante, en el encuentro de aquel sonido que se viene dibujando en mi desde allá arriba, y me sumerjo en la calma, de esta música-historia que va tendiéndose en mi alma. Luego de este breve viaje, decido cruzar la barrera, para sumirme al regreso de quien me espera. Ahora, desde el andén, respiro destilando emociones, comienzan a ceñirse los recuerdos a las vestiduras, y de repente, el aire rasante de la hora inmediata, para subirme al tren.
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