Desde el andén te vi partir. Te guardo en mi memoria de enamorado como la sábana guarda la clandestinidad de tu cuerpo. En el recuerdo me vuelves en las calles vacías de medianoche, un efímero encuentro: sólo nos daríamos placer. Olvidé tu nombre o nunca lo supe.
Sabía que tu cuerpo, tu lengua, tus muslos, tus brazos, tu pudor, eran de otro. En cambio, tu perfume a cerezas, tu vergüenza escondida en tus ojos, el nido de tu piel, los pétalos de tu flor fueron durante unas horas míos.
Un breve encuentro entre dos viajeros, entre dos solitarios, extraños en un andén. Hiciste que no sintiera vergüenza, que no sintiera pena por mí mismo, cerré los ojos y el mundo dejó de existir.
Te vi partir desde el andén, no hubo dolor, ni olor, ni sabor, el recuerdo de unas maravillosas horas en lo más profundo de la ciudad. Quiero condenar tu presencia al olvido necesario, pero quien puede desprenderse de tu perfume a cerezas, yo no.
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