Madre querida:

He decidido marcharme. Lo que tanto temías sucede por fin, me duele el alma al comunicártelo, aunque no solo por eso. No he tenido valor para hacerlo a la cara pero tú ya lo intuías ¿verdad?…..

¿Recuerdas cuantas noches, tras la cena, nos miramos en silencio, ocultando nuestros pensamientos?.

Tengo que confesarte mis sueños. Todos estos años de miseria infinita en los que no hemos conseguido ni siquiera elevar nuestras miras, el único escape consistió en vagar por mundos imaginarios, cuando, acurrucado en la noche me paraba a pensar en los esfuerzos baldíos de la jornada. Me veía aterido en los bajos de algún camión , cansado, desorientado en el exterior hostil.

Madre, para mí el exterior es todo aquello que no conozco, que he dejado de vivir, lo que me falta y hasta todo lo que hemos necesitado sin tenerlo.

Gozaba, masoquista, del calor del jergón, asiéndome con ansias desesperadas al equívoco placer de comer un mendrugo al sol sintiéndome cobijado.

Cuando leas esta nota, que escribo desde el anden variopinto, ya estaré lejos.

¡Me he vencido a mí mismo!. Lo conseguiré ¡Lo juro!.

Tú vendrás conmigo madre, ¡Unidos! y nunca mas entre nosotros habrá miradas huidizas.

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