Juan Igual dormía apoyando la cabeza en la ventana. Usaba su jersey de lana a modo de almohada y se le veía un hilillo de baba cada vez que arrancaba a hablar en sueños. Había salido de Barcelona a las 18:45 y en aquel momento el tren se aproximaba a Burgos atravesando campos de trigo que debían dar un aspecto falsamente verde al paisaje primaveral. Juan soñaba que era anciano, se llamaba John y dormía en la litera de un tren, hasta que despertaba con una única curiosidad: saber si ya había llegado a Oxford.
Del sueño, lo que después iba a recordar con mayor extrañeza es que todo él se desarrollase en su mente y en sus interacciones, en inglés, lengua que estaba aprendiendo, pero que no llegaba a dominar, precisamente por no haber vivido jamás en ningún país de habla inglesa. Entonces vio el rótulo iluminado en el Andén 1: “OXFORD”. Bajó del tren sin reparar que era el único. Desde el andén no se veía a nadie. Cuando el tren arrancó de nuevo, John saludó tímidamente al joven que dormía apoyando la cabeza en la ventana como el que se despide resignado a no culminar su sueño.
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