EL TREN
Nunca pensé que, algún día, me apearía del tren al que me subieron el día que nací.
Me acomodaron en un vagón confortable y cálido en el que me quedé mientras me conformaba simplemente con mirar el paisaje, sin verlo, y oir el monótono ruido de la locomotora ….. sin escucharla.
Durante el recorrido mi cuerpo iba cambiando: bebé, niña, adolescente, mujer…. Pero mi mente permanecía en un letargo aterrador.
Fue la parada en un túnel donde empecé a percibir la necesidad imperiosa de desentumecer mi espíritu. De escuchar, además de oír… de ver cuando miraba. De ser además de mujer un ser humano consciente de su propio YO.
Por eso, cuando el tren volvió a ponerse en marcha ya no era la misma…. Algo había cambiado. Tenía la determinación que en la primera estación que el tren parara abandonaría mi asiento, el vagón y el tren.
Despacio, pero con gran firmeza, baje las escaleras que separaban mi antes de mi después.
No llevé equipaje. Me senté en un banco solitario de la estación y desde el andén vi marchar mi pasado…. Y esperé a que cuando fuera el momento, pasara ese tren que transportaría mi auténtico YO.
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