Miles de escenas cotidianas se repiten cada día desde el andén: un desfilar de personas de lo más variopinto recorriendo sus instalaciones con la mirada ausente. Se abren las puertas del metro e intenta acceder al interior, sorteando entre la multitud su enorme barriga.

Observo la situación un día más sin apenas inmutarme. Hoy ha habido suerte, un amable joven ha levantado la vista de su iPhone 5 mientras tecleaba a velocidad supersónica y le ha cedido el asiento a mi futura madre.

Es hora punta, el ruido, ensordecedor, aunque no se aprecia muy bien  desde aquí dentro. Mi instinto me dice que debo ir preparándome para mi salida, aunque aquí se está muy bien.

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