Este es el más bello viaje para ti, pero la más dura despedida para mí.
Después de semanas de cruda agonía… una tarde del mes de junio… partió. El invierno moría… el atardecer rojizo, develaría lo que sería el más seco y caluroso verano después de la inclemente lluvia que durante semanas hizo temer lo peor, a pesar de eso, lo peor del invierno no me llevó a imaginar que ese lunes 5, me quedaría en las manos el tiquete de un pasaje sin retorno, un viaje al infinito.
Esa tarde, me miró con dolor y dulzura, tiernamente sonrió, me pidió un beso, un beso de despedida, el último que tenía la certeza le daría. Tomó mi mano y sin decir ni una palabra, me lo dijo todo.
No hubo equipaje, no hubo gritos, solo silencio, se subió al expreso que lo llevó con rumbo desconocido; mientras el tren del adiós se alejaba, una lágrima de sus ojos se escapaba, en mi memoria se grabó como tatuaje. No me dejó dirección, no hay donde enviar una postal, no hay donde escribir un WhatsApp.
Esa noche, a pesar del calor, hacía frío, el del adiós, el del viaje sin retorno. La noche fue larga y silenciosa para él y para mí.
Su trasegar sin retorno, por túneles oscuros y callados, quizás por bosques y cañadas, por valles, ríos y montañas, descubriendo vegetaciones exuberantes, inhóspitas, nunca descubiertas, abriendo el corazón a lo nuevo, a situaciones y experiencias incomprendidas por quien se queda.
Y en mi lúgubre paisaje, la noche, oscura, lenta y dolorosa. Aún tengo el tiquete en mis manos. Lo pongo en la mesita de noche, leo a María, me solidarizo con el dolor de Efraín quien le reclama a la muerte por su amada. Me apropio de sus palabras, las repito en silencio mientras las lágrimas de mis ojos se escapan: “Mío o de la muerte, entre la muerte y yo, un paso más para acercarme a él sería perderlo; dejarlo llorar en abandono era un suplicio superior a mis fuerzas”.
Me miro al espejo, no veo el brillo habitual en mis ojos, mientras lo recuerdo, con unas tijeras me desprendo de mi largo y ondulado cabello, y así como María, al partir al infinito, le dejó a Efraín sus trenzas, yo le entrego las mías al cuerpo sin vida de… Diego.
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