Cubría su cabeza con aquel pañuelo negro que daba sombra a su cara, vestía hasta los pies de luto riguroso por aquellos familiares que se fueron.
Ese día, las nubes cubrían el sol y el viento azotaba tras las esquinas de las desvencijadas casas de su pueblo natal. Ella corría y corría pero su rostro no era insensible al frío, tampoco su torso se libraba aunque cruzara su corpiño.
Llego temprano al mercado, pasaba de un puesto a otro sin centrarse en nada, su pensamiento estaba en el pasado, en lo que había tenido que dejar para otro día, esos cuentos que compró para su hijo esperando poder leérselos por las noches, antes de acostarse, pero las jornadas eran duras y el cansancio fuerte, y los días y las noches se sucedían trayendo cosas nuevas.
Ahora, estaba allí, en el presente, con una cesta de mimbre en la mano al lado de su hijo, se hizo mayor, no paró el tiempo. Le habían llamado para combatir y, mientras subía al tren, la tía Orosia se secaba las lágrimas con el revés del mandil a la vez que, agitando la mano, le decía adiós desde el andén.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus