Desde pequeña aprendió a corretear entre los viejos libros de la estantería.
A medida que crecía, crecía también su avidez por tintas y papel roído. Así, con el tiempo aprendió por ejemplo, que las cucarachas han resistido todos los cataclismos del planeta, se han inmunizado contra la radiación atómica, y han visto desaparecer dinosaurios, mamuts y otros esqueletos del pasado. Reflexionar sobre eso, le producía cierto sentimiento de omnipotencia.
Hasta ayer, cuando el nuevo dueño sacudió de polvos los viejos arrumes de palabras protegidas solo por la concha vieja de los lomos cosidos con hebra y pegados con fermento de harina.
La sorpresa de aquel, al entrever entre las páginas unas patas móviles, y su grito de viejo señorito, se confundieron en uno cuando lanzó con asco el libro por la ventana, lejos.
El golpe la sumió en una profunda somnolencia.
Esta mañana al despertar, cuando quiso regresar al libro que la había acogido toda su vida, se sintió inválida: la caparazón, quebrada; sólo dos extremidades, y encima, sentir como un peso ignominioso la incertidumbre de tener que sobrellevar en adelante un nombre absurdo.
Desde el andén comprendió que tras el golpe, había despertado convertida en un tal Gregorio Samsa.
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