Jordi acababa de perderlo todo, había visto como el banco lo echaba de su casa dejándolo en la calle, sin familia ni amigos caminó hasta encontrar un banco vacío en un andén de estación, se sentó a esperar una solución a sus problemas pero lo único que pasaba por allí eran trenes y personas. De vez en cuando alguien le echaba una moneda con la que podía costearse algo de comer, si llovía siempre podía resguardarse y tenía todo lo que necesitaba convirtiéndose así el andén en su hogar, comenzó a ganarse la vida pintando, había memorizado los horarios de los trenes y siempre estaba preparado para mostrar sus mejores dotes artísticas. Un día el tren trajo consigo una mala noticia, la nueva línea de metro iba a destruir el andén que él consideraba su hogar y a nadie parecía importarle. Jordi entristeció cada día más, ya no pintaba ni reía y así fue hasta el momento en que estaba a punto de pasar el último tren. Desde el andén lo vio llegar y sonrió lanzándose a su final, él quiso desaparecer junto a su hogar y lo único que quedó para recordarle fue una reseña en un periódico local.
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