Desde el andén, no de los bancos sino asomándose al reborde, se ve un tramo de vía, al menos un kilómetro de las que nunca se cambiaron (alta velocidad jamás vendrá a pueblo chico), y eso en la buena dirección, la que va a las ciudades importantes y después a la costa, y no en la mala que enseguida la tapan árboles; y es por suerte: nadie querría ir a un poblado todavía menor y seguir al fin de la línea, con su cementerio adonde van a parar todos los de aquí, solos en ataúdes si tuvieron un buen pasar, o en saco de lona en el furgón, pero eso sí, acompañados. En la buena dirección nunca me fue bien: con más soldados hacia la fea guerra en que lo único bueno fue salvarme, después con la locomotora naranja, no del todo pero con pintura suficiente para llamarla así, cuando fracasé como vendedor en las grandes tiendas, y la medio azul también: yo coleccionaba láminas de locomotoras y vagones con el mismo entusiasmo que otros coleccionan dinero, buenos momentos, o comidas ricas, y fui para venderlas. De eso vivo, mientras espero viajar por la mala, con alguien que venga conmigo.
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