Todos saben que en otra vida fue rey, lo saben y lo respetan cuando le ceden el mejor lugar donde extender los cartones. 

Aunque desde el andén, tumbado en su rincón  parezca otro bulto envuelto por un olor mezcla de tabaco y orín, por las mañanas, cuando la estación se convierte en un transitar de zapatos oscuros, permanece sentado con la espalda bien recta y la mirada al frente, sin siquiera extender la mano y, a cada rato, le dan una moneda, o algo para comer.

Más tarde, reparte con los compañeros y les explica que ésas no son más que viejas deudas porque él fue un rey generoso y gobernó con justicia. Por eso sabe que seguirá viviendo bien, mientras tenga su radio, una manta, y cartones con los que aislarse, que ya los riñones se van resintiendo.

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