Ella subió al tren, él apenas pudo elevar, desde el andén, su mano para la pactada despedida. Aquello había sido una tregua que le había dado la vida en su existencia vacua e inercial. Quedó paralizado y no hubiera podido decir cuánto tiempo transcurrió hasta que sonó su móvil; aquel aparato lo recondujo al presente que detestaba y del que nadie era responsable, salvo él. Reconocía que en la vida se hacen elecciones y que si se deja que las haga el estómago, no hay dudas. Su estómago gritaba que subiera a aquel tren y eso era lo que iba a hacer. Pero hoy no, estaba agotado, mejor lo pensaba mañana.
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