Anclado a ese andén, o a cualquiera. Poco importa. Sentado, o ni si quiera eso, observa cómo la gente va y viene. No entiende lo que dicen, no sabe dónde van, ni de dónde vienen. Parece que nadie puede verlo, poco le importa. El sabe que ya no tiene derecho a subir a ningún tren, todos pasan de largo. Ya no hay billetes para él, ni para otros como él. Se pregunta cómo todavía no se ha acercado nadie para acompañarlo fuera del ajetreo de esa estación. Aun recuerda la última vez que le fue permitido subir al tren, cómo esperaba desde el andén con la seguridad de que nadie le iba a negar nada. O quizás no, quizás ese recuerdo es una construcción artificial de su torturada mente, un anhelo convertido en certeza en donde quiera que se formen los recuerdos. Pero, ¿qué ha cambiado para que le sea negado todo en El Viaje? Se esfuerza para recuperar el momento en que fue desposeído del derecho a viajar, de hablar, de ser visto. Entonces llega a la imagen borrosa de un papel y cuando el desenfoque de las letras desaparece puede leerse: “Notificación de desahucio”.
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