Tú eres igual de mediocre que el resto. Así que no te molestes en aparentar lo contrario. Desde el andén observo tus gestos estudiados, tu mirada altiva. ¿No te das cuenta que nadie te mira? ¿No te has dado cuenta que a nadie le interesa si llevas ropa vintage o si eres el enrollado de tu barrio que canta en el pub de moda? Aquí eres uno más. Aquí a nadie le importa quién eres. Aquí nadie te va a aplaudir. El andén es el preludio del viaje final, del último: en este lugar todos somos iguales. Fíjate en los ojos abatidos de la gente. Fíjate como a ésta hora el gris del cimiento no hace más que realzar la soledad de las almas desconsoladas de toda ésta gente que sólo quiere volver a casa, cansados y abatidos. Así que hazme un favor: sube a ese tren, y cuando llegues a tu parada deja de mirarte en todos los espejos de la ciudad, deja de querer ser perfecto, y abre los ojos para que pueda filtrarse dentro de ti ese sinfín de motivos que hacen que valga la pena vivir. Esas cosas que nos hacen reales, humanos de verdad.
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