En lento crujir de las maderas del destruido vagón, anunciaban la llegada a la última estación antes de llegar a Breuska, nuestro destino final.
Bajé del tren, y desde el andén pude apreciar que había dejado de nevar, una sutil brisa despejaba de mi uniforme ese olor fétido de muerte y odio, producto de 3 años de guerra civil.
El sonido de la locomotora anunció la partida, delante mio habían subido 3 vagabundos, totalmente ebrios, quienes empezaron a cantar tirados en el suelo.
Sonidos monocordes , alababan la revolución, invitando a dejar la vida hasta la victoria.
Agitando una botella, uno de ellos se puso de pie, con insultos, nos acusaba a nosotros jóvenes soldados, de ser los culpables de esa necia lucha entre hermanos.
A los gritos, giró amenazante su mirada hacia mi, a pesar del ruido ensordecedor, su voz me sonó conocida, solo fue una leve sensación, cuando pude ver su figura entre la espesa luz, tomé mi cuchillo de combate y lo clavé en su pecho, un profundo suspiro acompañó su cuerpo hasta el piso.
Al llegar a la estación terminal, el teniente a cargo del batallón , me informó el nombre del muerto, era mi padre.
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