Amanecía cuando unos tibios rayos solares irrumpieron en el recinto de la joven. Alicia  se revolvió inquieta ante la presencia del intruso, que se había apoderado en segundos de toda la estancia, abrió los ojos  y no pudo por menos que sentirse estremecida. Por fin había llegado el gran día de su partida.

    Saltó de la cama y miró la maleta en la que durante días había ido depositando lo que necesitaría en adelante.     Comprobó que estaban todos los enseres bien envueltos: ilusión, alegría, ímpetu, esperanza, fuerza y el resto de cosas. La osadía sería el vestuario que la acompañaría en su primera salida. Cerró el equipaje y emprendió presurosa el camino hacia la estación ferroviaria  portando su enorme maleta de ruedas.

     Al llegar irrumpió con energía en el recinto y resuelta se dirigió hacia el objetivo que le interesaba. Solo necesitó un par de segundos  para localizarlo. Sentada, se quedó observando desde el andén aquella maravilla, mientras se decía a sí misma extasiada: ¿puede existir en el mundo algo mejor que este mi primer tren de la vida? ¡Qué hermoso es!

   Y subió a él sin importarle, ni entender, el rostro cansado de los demás.

 Ana María Juárez Villarín  

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