Siete señales, un día

Siete señales, un día

Desde el andén sobraron las palabras. Ella le recordaría como si fuera un sueño, él como una ráfaga de luz que galopaba. Los tiempos se repetirían, la cuadrícula volvería a plegarse, el tren moriría cada vez en el mismo punto de fuga. Y el último abrazo tantas veces pensado. Se marcharía, volvería a marcharse cien veces más, hasta que todo dejara de recordarle aquellas vías, aquellas paralelas despiadadas y eternas. Pero solo sería otro tipo de adiós, sin saberlo demasiado aquel teatro sería otro tipo de despedida, el último peldaño de la escalera de mármol, la entrada rutilante en una regresión sin retorno. Porque nada fue al azar. Nunca nada se salió del guión escrito en las risas de agosto, en el deseo lento de las conversaciones, en la manera sencilla en que todo cuadraba. Dejarían de pensar, se encontrarían en pleno mercado medieval, o en la piel bronceada de un indio a caballo, o en la franqueza de aquello que estuvo latente tanto tiempo. Se sentarían en las sillas de mimbre de cuando los nervios, se perderían camino a las playas, se sentirían ingrávidos junto a la orilla. Como en un cuenco, girarían en círculos, hasta encontrarse.

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