Un año de continuas despedidas y reencuentros apasionaron mis ingenuos veinte años. Tenías negocios, decías, y yo, enamorada, sellaba con un beso nuestro adiós en el andén. No habían móviles ni videoconferencias, ni SMS o e-mails. Suspiraba por una cabina telefónica y oírte: «llego mañana, te quiero».

Ahora, cuatro décadas después, te recuerdo y tu presencia me devuelve al último andén. Me abrazabas como nunca lo habías hecho. Era mi cumpleaños y lo celebramos con Benjamín espumoso junto a las escaleras del tren. Brindamos porque sería tu última partida, me entregaste una rosa y, después de un cálido y dulce beso, subiste al tren. Hasta quedarme sola, te dije adiós desde el andén. Era feliz. Antes de tu ausencia, ya esperaba entusiasmada tu regreso.

Al día siguiente, recorría las calles soñando contigo. Al pasar por la estación algo me incitó a curiosear por el andén y una vez más te vi. Allí estabas imponente, con un brazo, rodeabas la cintura de una bella mujer a la que besabas como me habías besado a mí la noche anterior. Del otro brazo, una chiquilla morena tiraba de ti mientras gritaba: «papi, papi, vamos, quiero que veas a Chispas».

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus