–  No oigo nada – dijo la pequeña a su hermano mayor, mientras se incorporaba junto a la vía.

Tenía la oreja fría de pegarla al rail y empezaba a creer que le estaba tomando el pelo (otra vez).

–  Tienes que estar muy atenta. Los indios lo hacían así – dijo él mientras revisaba su arco de plástico y su flecha con ventosa.

Resopló cansada de hacer siempre el trabajo duro. Mientras miraba al horizonte, vio lo que le pareció un espantapájaros que había cobrado vida solo para ser atacado por un grupo de avispas. Estaba lejos y, desde el andén, gesticulaba y gritaba como un loco mirando en su dirección.

En ese momento la vía empezó a vibrar y el hombre desapareció de sus pensamientos.

–  ¡Que viene el tren! – gritaron con júbilo. Saltaron a un lado, él con su arco y la flecha preparada y ella con su tirachinas.

El tren pasó como una exhalación, rugiendo por las vías y gritando con una voz atronadora que hizo que le temblaran las piernas.

–  Creo que está herido – dijo ella excitada.

–  Vamos, no irá lejos – y diciendo esto, se perdieron entre las vías en busca de más aventuras.

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