Solo quería asegurarme de que hoy no perdería el tren. No podía permitir que esto sucediera y le acompañé hasta la Estación de Cercanías. Era su último viaje, el del tren digo, la línea la habían clausurado tras la última reestructuración.  Con un poco de suerte no encontrará el camino de vuelta, me dije, y por fin me desharía de él. Maldito viejo, siempre se le olvida dejarme la comida preparada o el cuenco con  el agua. Se pierde y a veces tarda días en volver. Cuando está en la casa, me golpea con el bastón si estoy cerca y grita:<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

– ¡Vete, apártate de aquí. Fuera!

Quizás, si no volviera, ella me adoptaría. Siempre me acaricia la cabeza cuando me ve y me sonríe, no es como el viejo, además, huele mejor. Súbete de una vez al vagón, viejo chiflado, pienso en silencio a su lado. Se decide y sube con cuidado. Dan las diez.

Tuuu, Tuuuu. Se despide al fin la locomotora con su aullido de hierro.

Tracatrá, tracatrá, tracatrá. Ovacionan los vagones.

Guau, guau. Les respondo fiero desde el andén.

El tren se va haciendo cada vez más pequeño y transparente hasta perderse entre los árboles.

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