CHUSMERÍO

  Maricarmen, Esther y Enriqueta parecen buenas, pero en realidad son tontas. Aún más, tienen esa estupidez maligna propia de la adolescencia deseosa de ser y no poder, cansada de no ser más y persistir. Copian de sus madres los prejuicios y de sus padres, los vicios. Se dicen amigas, pero de a dos son crueles verdugos de la ausente. Por eso se apartan lo menos posible. Han tomado la costumbre de conversar mirando el pueblo desde el andén de la vieja estación e  intercambiando chismes, seguramente falsos, sobre cuanta mujer vive sola. Esto les lleva tres horas de cada rutinario día de sus vidas. Cuando no queda más títere con cabeza, sacan las pipas y los odres de vino, y en descontrol, fingen imitar a las criticadas, cuando en realidad sueltan, como caballos desbocados, sus más ocultas y naturales tendencias.

 

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