EL ANDÉN
Desde el balcón observaba como llegaban las gentes y esperaban en el andén. Pedro no volvería ese día a su sitio favorito. Su mujer estaba de parto y se complicaba todo. La niña quería nacer; la madre deseaba vivir y el padre anhelaba tenerlas a las dos. El médico confirmó que todo se estaba complicando. La gravedad era tremenda y la tristeza envolvía el ambiente. La madre, por momentos, se iba lejos en un viaje sin retorno y se llevaba en sus entrañas a su hija. Los abuelos sabían en todo momento lo que sucedía. Pedro les tenía demasiado informados.
Al día siguiente y a la misma hora todo había terminado.
Pedro volvió a su balcón y apoyando los brazos en la barandilla de hierro miraba al andén con tristeza y con una lágrima en sus ojos soñó en la felicidad de todas esas personas que viajaban para encontrarse con los seres queridos. ¡Y volvió a llorar de nuevo! El día anterior había sido demasiado duro. ¡Sus dos amores!
María, el corazón de Pedro, con su hija – la felicidad – también lloraba de alegría.
Tenía a su marido y a su niña mirando al andén.
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