La Estrella del Norte

La Estrella del Norte

Daniela Rafael

28/07/2013

El Estado había expropiado una fracción de la propiedad de mi abuela para extender el ramal norte. Con  mis primos contábamos que el tren pasaba por el jardín, y nadie creía hasta que se los mostrábamos. Si bien nos tenían prohibido asomarnos por ese lugar debido al peligro, igual lo hacíamos. Llevábamos a nuestros amigos y nos escondíamos detrás del enorme tronco de un par de palmera datilera. Cuando la Estrella del Norte anunciaba la partida con un silbato sostenido, corríamos hasta el cerco de alambre del que nos aferrábamos para sentir el temblor de las grandes ruedas de acero. Los vagones de pasajeros iluminaban el rostro de todos y yo disfrutaba por partida doble la emoción al ver sus ojos empañados de terror y fascinación. Ellos creían que se terminaba la fiesta con los vagones de carga, grises y fríos, porque volvía el silencio. Pero yo aguardaba lo mejor. El jefe de la estación, firme, desde el andén, siempre nos descubría y resoplaba su silbato hacia el jardín, y sonaba casi como una corneta. Todos escapaban despavoridos. Yo me quedaba, un buen rato, sola, a saborear la popularidad de ser dueña de un tramo del viaje de una Estrella. 

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